¿Hora de confesiones? ¿Puede ser? La verdad es que hace sólo un par de años creíamos firmemente en la buena fe de las personas, en las buenas intenciones, en que todos éramos buenas gentes y que nos animaba, solamente, el hacer el bien o, al menos, no desearle nada malo a los demás. La vida, sin embargo, poquito a poco nos va golpeando para que vayamos abriendo los ojos y seamos capaces de darnos cuenta cómo es la vida, en realidad. Con todo, somos muchos quienes nos demoramos en darnos cuenta de lo que ocurre, de lo que pasa a nuestro lado y que, por inocentes o inocentones, no nos percatamos en su real dimensión. Por supuesto que al enfrentarnos a la verdad nos duele el golpe, nos remece y se nos endurece el corazón cambiando radicalmente nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar.
De todos modos, acumular rencores no hace nada de bien, daña en lo profundo, por lo que nos obliga a pensar que no todos son iguales, que tras nuestro o frente nuestro, hay seres queridos que nos siguen, que aprenden de nosotros, que continúan nuestros pasos y a ellos, nunca hay que sembrarles el odio. Sólo basta mostrarles cómo es la vida, lo bueno y lo malo, lo dulce y amargo, lo blanco y lo negro, el cara y sello. Prepararlos para una batalla y vestirlos, al mismo tiempo, para conocer lo que es la bondad, la solidaridad, la justicia y el amor. De otra manera, iremos engendrando odio y egoísmo en sus almas. De otra forma, seremos fabricantes de seres personalistas y carentes de todo sentimiento. La vida es dura, por cierto, pero más dura y cruel debe ser cuando nos reconocemos insensibles y ajenos a todo lo que no sea nosotros mismos.
En conclusión, ni tan inocentes como para llegar a viejos sin entender que para vivir hay que prepararse, abrir los ojos y aprender las herramientas que nos ayuden a enfrentarla mejor. Ni tan duros como para no aprovechar las maravillas de esa vida traducidas en amor, luz, naturaleza, romanticismos, padres, hermanos, hijos y nietos. Ni tan oscura como para no darnos cuenta que existen amigos, profesores, compañeros y camaradas de ilusiones, mochileros de canciones repartidas por el mundo. ¿No es verdad?
La vida, en consecuencia, es bellísima pero, como en todo orden de cosas, hay que estar preparados para vivirla.