Más allá de las constantes disputas y frecuentes diferencias entre los distintos gobiernos y bloques políticos sobre cómo debiera ser la educación en nuestro país y mucho más allá de que a algunos les guste y a otros no les agrade la gratuidad y las opciones parejas para todos, se ubican los profesores de Chile que, independiente de si se ponen de acuerdo o no los partidos políticos, acuden a las aulas cada mañana para impartir enseñanzas y para tratar de moldear a niños y jóvenes por un camino recto, con valores mínimos que les permitan enfrentar al mundo y la vida y observando las diferencias brutales entre los propios estudiantes, aquellas que se originan cuando los padres no han podido otorgarles las comodidades mínimas, ni la alimentación necesaria, mientras el compañero de banco de alguno de ellos, por su vestuario, alimentos, por sus padres que sí tenían los recursos para adquirir los útiles escolares que los distinguen del resto. Son los maestros, a la antigua y los modernos, los jóvenes y profesores ya maduros, curtidos por años de enseñar y enseñar, de alegrías y sinsabores propios de procesos colectivos, ellos son los homenajeados hoy en esta sección tradicional del diario. La labor de un profesor va mucho, muchísimo más allá de a quiénes deben educar, de las herramientas que entregue el gobierno de turno, de las bondades de cada establecimiento educacional. Todos aquellos que han participado o participan en el proceso educacional, han sido y son de una clase especial, guerrera, sensible, protectora y comprensiva aunque poco o nada puedan hacer para cambiar las condiciones de estudio de sus alumnos. Ejemplos heroicos de profesoras y profesores esforzados y admirables en su desempeño hay miles. Admirados, porque decidieron abrazar una profesión casi siempre mal recompensada y lo hicieron porque cuando las vocaciones mandan nadie las puede detener. Ellas y ellos han dejado y dejan el alma en las aulas, lo entregan todo entre las paredes de una sala de clases, son la calidez apretando las manitas infantiles y son el mejor árbol para que niñas y niños crezcan y se sientan seguros bajo buena sombra.
Que sigan discutiendo la clase política y los distintos gobiernos que los profesores no escuchan pues las risas infantiles y juveniles, en los procesos de educación, no dejan oír banalidades guiadas por mezquinos intereses políticos.