De improviso se puede reflexionar en el micro mundo en que transcurre la vida de las personas. Seres que han vivido en un lugar en el pasado o que hoy hacen sus vidas en los mismos escenarios. En cada lugar hay tantos rincones que conocer, reconocer y evocar, para cada persona.
Habrá paisajes de cemento o de montañas, ríos, flores y árboles que a algunos les evocarán momentos alegres y a otros nostalgias de tiempos pretéritos. Una flor en un parque, testigo inmutable de lluvias y soles, de silencios y algarabías, guarda celosamente también diálogos, susurros y expresiones de amor de jóvenes y mayores.
Cuántas personas, cuántos seres que comparten un mismo suelo bajo un mismo cielo han vivido sin embargo situaciones y realidades opuestas. Mientras los unos caminan y se mueven al compás del optimismo y la alegría de vivir, los otros han estado padeciendo penas, sufriendo desengaños e inconvenientes o lamentando pérdidas definitivas.
Parafraseando a un escritor ¿llegará algún día en que el mundo y quienes lo compartimos, podamos decir que es un mundo es feliz y que quienes lo habitamos y convivimos en él seamos también felices? El escéptico dirá que nunca, que el mundo y la vida están hechos para sufrir. El optimista seguirá creyendo en un mundo mejor y que la vida es bella.
Cada flor, cada animalito, cada río, lago o mar, son distintos. Lo mismo que las personas que son únicas y diferentes en cuerpo, mente y espíritu. Entonces el pensamiento y la voluntad pueden permitir que esas diferencias sean más tenues y ligeras. Es posible que alguna vez los seres humanos desarrollemos la capacidad escondida y pocas veces cultivada de colocar mente y espíritu al servicio de la armonía, de la solidaridad y de la buena voluntad.