Este corazón loco e inocente no quiere rendirse ante la clara evidencia de vida. Aún cree que los seres humanos son precisamente eso: humanos en esencia. Aún continúa enarbolando las banderas de la sinceridad, la lealtad y la honradez. Pobre corazón, equivocado, como tantas veces, como en miles de ocasiones.
Pero ahí está, latiendo con ritmo firme, como el del Quijote de la Mancha que no dudaba en enarbolar su lanza en busca de la justicia que siempre tardaba, motivo de humillaciones y risas que no escuchaba, tan fuerte era el sonido de su pulso.
La calle está llena de potenciales peligros, de personas arteras, capaces de vender su alma al diablo tras el afán de conseguir sus propósitos. La calle está repleta de individuos que no hacen más que pensar en los dividendos de sus oscuras acciones.
Pero, fatalmente, hay quienes alcanzan grados superiores en su maldad, inventores supremos de triquiñuelas indignas, artistas de la mentira, catedráticos de lo oscuro.
Loco corazón, ¿cómo puedes siquiera imaginar que todos tus similares laten con tu mismo ritmo y con similares intenciones? ¿Quién te contó que la vida se construye sólo con sueños y fantasías de amor? ¿O es que en tu largo peregrinar no has sabido ni conocido el otro lado de la moneda? ¿O es que nadie ha tratado de dañarte, de llevarte por rutas desviadas del cauce que tú quieres para ti?
Este loco e inocente corazón sufre, incomprendido, asustado por aquello que nunca siquiera pudo creer posible, por golpes que asoman como sonoros palmazos en el rostro, negándose a aceptar otro rumbo que no sea el propio, el de pocos, el de aquellos románticos extraviados por el mundo.
Las fuerzas del mal siguen trabajando escondidas en las sombras, querido corazón. Ignóralas o lucha contra ellas hasta que las hayas vencido. Nunca pongas de rodillas tu esperanza y menos tus convicciones. Ese día, si lo haces, te habrán vencido irremediablemente. Lucha porque casi es una obligación moral hacerlo aunque la moral deambule por las calles en los bolsillos de decenas de inmorales.
Lucha porque la gran misión es vencer las deslealtades, las mentiras, los egoísmos, los ataques arteros, la ética mal entendida, los principios desviados de sus cauces normales.
Lucha, corazón, lucha siempre porque aunque no consigas la victoria total cuando llegue la hora de partir al menos tendrás el consuelo de haber luchado por algo que valía la pena: tu propia dignidad de persona.