Sucede que muchas veces de tanto escribir, leer o conocer de hechos negativos, tanto en lo social, económico, religioso, policial, etc., los seres humanos tenemos la tendencia de transformarnos en seres humanos negativos y pesimistas y así se van manifestando nuestras opiniones, la mirada que tenemos sobre nuestro entorno y nuestras actuaciones carentes de positivismo. Creemos, muy en serio, que la sociedad y el mundo están condenados que pareciera ser que no hay soluciones posibles.
Sin embargo, aquello no es así pues se trata de sensaciones que nos invaden, sólo de sensaciones de las que podemos despojarnos con relativa facilidad. Indudablemente que la vida tiene muchísimos más aspectos positivos que negativos y de aquella certeza debemos aferrarnos con tanta fuerza como podamos. La familia, los hijos, las madres y los padres, los hermanos y amigos, nuestro entorno laboral son herramientas tremendamente efectivas para comenzar a sonreír nuevamente. La fuerza del amor es incontrarrestable y esa magnífica verdad tiene muchísimo más valor que todo lo que podemos saber que ocurre y que nos nubla la mirada.
Felizmente, existen las buenas vibras provocadas por nuestras propias convicciones motivadas por el amor que sentimos por los nuestros. A ello, debemos sumar factores que no se pueden mirar en menos, tales como, el ejemplo que nos dan aquellos que luchan desinteresadamente por los demás, seres solidarios que al final terminan siendo héroes de la vida, sin trajes de fantasía sino de carne y hueso. Sacerdotes ejemplares que dan la vida en medio de la pobreza de sus hábitos cumpliendo con sus vocaciones, delincuentes sinceramente redimidos, políticos que no cejan en su afán de cambiar positivamente el mundo, etc. La vida ofrece muchas más razones para vivir, para gozarla, para agradecerla y reconocerla con gratitud. Sin duda alguna, la vida bien vale la pena vivirla. Es cosa de abrir bien los ojos y comenzar a descubrir lo que antes, por el pesimismo con que veíamos todo, no habíamos sido capaces de ir conociendo, ni siquiera sus colores, ni siquiera sus aromas, ni siquiera las sensaciones que provoca el entender que la vida se abre ante nuestros ojos invitándonos a disfrutarla plenamente.