
El VOTO DE CASTIDAD, está relacionado con la Ley de CELIBATO, que fue inventada y promulgada por la iglesia romana en el primer y segundo concilio de Letrán de los años 1123 y 1139 DC, respectivamente, bajo el mandato del Papa Alejandro II. Este mandato a ser CASTOS, como lo ha dicho el Papa Francisco hace unos meses, no obedece a ningún dogma de fe, de esos indiscutibles para la Iglesia Católica que le dan respaldo y estructura a sus bases y misterios fundamentales. Entonces, este mandato a no tener relaciones sexuales, según el Papa Francisco es un acuerdo o reglamento respetable y funcional a determinados intereses temporales de la institución en cuestión y como tal modificable, cuestionable y mutable. Y eso es bueno para la humanidad.
El fundamento práctico de este “reglamento de castidad” como le llama el Papa Francisco, tiene sentido en una óptica económica que se habría realizado por los jerarcas de la Iglesia Católica en los primeros siglos del primer milenio al verse mermados los bienes y riquezas de esta institución con el traspaso por herencia a la prole de todos aquellos miembros que eran casados o que tenían hijos y muchas veces en abundancia como muchos Obispos y Papas según lo muestra la historia. Lo mejor, entonces, para cerrar pérdidas y despilfarro de bienes y riquezas de los clérigos se cancelaron las puertas a la herencia y para ello lo mejor era no tener hijos y para no tener hijos debió prohibirse tener relaciones sexuales. Posteriormente se fue más allá y se exigió la castidad absoluta en el sentido de prohibirse todo acto de connotación sexual con hombres, con mujeres, masturbación, lesbianismo, homosexualidad.
Al parecer prohibir y reprimir por ordenanza es sencillo, más cumplir estos mandatos no ha sido fácil nunca para nadie, es más, la praxis de vida de más de 10 mil años de registro escrito, nos demuestra que siendo el homo sapiens un homínido mamífero, posee un instinto sexual o líbido educable pero irrenunciable y el desarrollo del psicoanálisis nos muestra que este mandato ancestral y atávico en hombres y en mujeres lo podemos esconder o disfrazar con múltiples y variopintos artificios, pero siempre estará allí como alternativa de demanda o deseo pronta a abandonar las caretas de sublimación por otras más concretas y reales.
Esta tragedia y este drama ha aquejado a gran parte de la feligresía católica del mundo desde los tiempo posteriores al Concilio de Letrán (1139 DC). La negación de la sexualidad humana, la prohibición de las relaciones sexuales, la condena a la masturbación como actividad propia y liberadora, la culpa, el pecado y el ocultismo, ha conducido sin duda al flagelo de la violación, el abuso y feroz sufrimiento de millones de personas por buena parte de los miembros consagrados y militantes de esta Iglesia Católica que pudo ser muy buena pero que por razones de poder y amor al dinero, negó la sexualidad como condición humana fundamental.
Así entonces don Renato Poblete, cura jesuita, es una muestra dolorosa más de la violencia, perversión y dolor que acarrea la negación de nuestra condición humana.
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