
Hermanos en Jesucristo:
Cada vez que profesamos nuestra fe, decimos: “Creo en Jesucristo, Nuestro Señor”. Él posee todo el señorío sobre el mundo, la humanidad y la historia. Nada escapa a su amor y poder. “La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro”, Jesucristo. En efecto, Él dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).
Con toda razón, pudo decir San Juan Pablo II: “La potestad absoluta y también dulce y suave del Señor responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón. Esta potestad no habla con un lenguaje de fuerza, sino que se expresa en la caridad y en la verdad. ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo!”.
¡Cómo quisiéramos que estas palabras se cumpliesen en nuestra Patria, tan aquejada de males sociales cada vez peores! Nuestra certeza es que sólo aceptando de nuevo a Jesucristo como el Señor de la historia y de la sociedad habrá remedio a estos males y alcanzaremos una plenitud de convivencia fraterna como nunca la hemos tenido.
Esto es así “porque Cristo es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, (…) para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por Él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2,14-16).
Por la fe sabemos que todos estamos llamados a la felicidad de la gloria del Cielo después de haber peregrinado por este mundo. Es voluntad de Dios que sólo Cristo sea el Camino, la Verdad y la Vida, por quien se llegue al Padre (ver Jn 14,6). El hombre de carne y hueso, en su dimensión personal y social, tendrá “acceso al Padre en un mismo Espíritu” en la medida que viva de la gracia de Cristo recibida en la Iglesia por la Palabra de Dios y los Sacramentos. Esta vida nueva en el Espíritu Santo tendrá repercusiones sociales sobre todo a través de la verdad y del amor al prójimo.
La transformación de Chile en un país de auténticos hermanos necesariamente pasa por la conversión personal a Cristo, para, desde ahí, transformar las estructuras sociales que aseguren la paz y la justicia para todos.