Ha vuelto al campo después de pasar buena parte de su vida en la ciudad, y no en cualquiera ciudad sino en la mayor urbe del país, Santiago. Nacido en Nueva Imperial, a los 17 años emigró a la capital en busca de trabajo más estable.
En el terminal de buses rurales de Villarrica, encontramos a Pedro Curinao Curillán (69), casado, 3 hijos, 2 nietos, mientras esperaba movilización para su vuelta a casa, en Quetroco, por el camino a Licanray.
Un cambio grande
Volvió al campo hace sólo 7 años, después de más de cuatro décadas con su familia enfrentado al tráfago de la gran ciudad. “El campo aquí había quedado sólo y algo abandonado. Hubo gente que dejaba ahí sus animales y sacaba hasta madera, ya que había mucho hualle”.
Por eso, Pedro Curinao decidió regresar. “Vendimos nuestra casa en La Florida y nos volvimos. Aquí estamos contentos porque hay mucha tranquilidad, además nadie lo manda a uno, ya no somos apatronados, pero el cambio fue grande aunque estamos muy acostumbrados”.
Sin violencia
Sobre la situación actual del país, opina: “Estamos muy mal, yo nunca había visto o sabido de una cosa así. No puede ser que haya tanta destrucción, incendios del metro de buses, de supermercados que nos sirven a todos. Está muy mala la gente, cada vez está peor”.
“Yo no sé qué le pasa a la gente que no saber valorar lo que tiene y lo que ha ido avanzando el país en muchas cosas. Se puede pedir de todo, pero siempre que sea en buena forma, sin violencia”.
Luego, Pedro relata aspectos de su vida familiar: “Mis dos hijas formaron familia, la menor trabaja aquí en el hospital (1 hijo), la mayor vive en Maipú (1 hija) y viene a vernos ahora en febrero. Mi hijo, soltero, trabaja en Santiago y ya vino de vacaciones hace poco”, cuenta.
A puro azadón
“Yo no extrañé nuestra nueva vida aquí en Quetroco, porque desde chico aprendí a trabajar en el campo. A los 15 años ayudaba a mis padres. Ahora lo hago a puro azadón, son 3,5 hectáreas que nos dan sólo para el sustento diario, nada más. Siembro papas, habas, arvejas, todo para la casa porque no da para el comercio”.
“Cuando cumplí los 65 me pude pensionar y mi señora lo podrá hacer ahora y para eso está haciendo los trámites. La pensión mía no es mucho, será bueno si se mejora como se está escuchando. Menos mal que yo tengo buena salud, en cambio mi señora está algo complicada. Sufre de várices, presión alta, artrosis y dolores de cabeza. Por eso tiene que venir al Cesfam de los Volcanes y ha tenido que ir al hospital de Pitrufquén para un scanner”, cuenta el entrevistado.
De su juventud, recuerda que para el terremoto de 1960 en Valdivia, él vivía todavía en Nueva Imperial. Después, en Santiago, relata que “un compañero de trabajo, que era valdiviano, cuando éramos peonetas en la Coca Cola, me contó que el terremoto había sido de grado 8,9 y que las casas se derrumbaron y volaron los techos. También yo recuerdo la erupción del volcán Villarrica que afectó mucho a Coñaripe”.

El antes y el ahora
En la conversación es inevitable llegar a una comparación entre la vida de antes y la actual. Sobre eso, Pedro tiene opiniones muy claras. “La vida de antes era más jodida, los adultos mayores estaban mucho más indefensos, porque nadie se preocupaba y cuando ya no podían trabajar tenían que arreglárselas solos, no había ayuda del Estado y ni de los gobiernos, era harto duro”.
“Además, no existían adelantos para vivir, no había caminos, electricidad, ni agua potable ni comodidades. Ahora es muy diferente. Nosotros tenemos luz, agua, caminos y movilización para venir al pueblo. Por ejemplo, hoy yo vine a Villarrica a comprar mangueras para regar potreros en el campo”.
“Creo que la gente que trabaja, tiene. Hay otros que son envidiosos y que no le ponen empeño al trabajo, no hay cómo darles en el gusto. A mí me ha ayudado el FOSIS con plata para hacer un gallinero. Y ellos vienen a ver que realmente haga el gallinero. Hay que mostrar la factura de los materiales comprados. Antes había gente que ocupaba la plata para otras cosas, para mercadería, por ejemplo. Ahora no se puede hacer eso”.
La charla finaliza, porque Pedro Curinao debe abordar el bus que lo llevará de nuevo al campo, a su casa, en Quetroco.