“Qué será, será, será lo que debe ser. La vida te lo dirá, qué será, será. Sólo Dios sabrá…”. ¿Recuerda aquella antigua canción? ¿La misma que han entonado distintas generaciones? La misma que escuchamos de nuestros abuelos y luego de nuestros padres.
Sólo Dios sabe lo que se nos viene por delante. No sólo a nosotros sino a nuestros familiares, amistades, a nuestra ciudad, a nuestro país. En fin, a todos. Lo que sí podemos saber nosotros es qué hacemos para que el cuento de nuestras vidas tenga un final feliz, para que cuando llegue el momento inevitable del adiós podamos esbozar una sonrisa de alegría y de satisfacción. Partir sin pena ni gloria debe ser triste, debe ser demasiado triste. Pasar por este mundo sembrando amarguras, envidias, malos pensamientos y funestas intenciones, para después marcharse en soledad, sin que nadie descubra alguna huella positiva en nosotros, debe ser más que amargo. En cambio, trabajar para construir un trozo de felicidad, para dejar un bello recuerdo en nuestros hijos y cercanos, sacrificarse para levantar un camino honesto de optimismo y de positivismo, no cabe dudas que es otra cosa. Nada más cierto que la muerte es sinónimo de dolor pero que puede mitigarse con ejemplos, con recuerdos hermosos, con la satisfacción de haber sido constructor de un destino que al final del camino deja corazones que piensen y agradezcan lo que hicimos o, al menos, lo que tratamos de hacer. Bastaría con aquello, con tratar, con haber vivido para tratar de sembrar felicidad, para tratar de tener el antídoto para aquella gente negativa y destructiva, para tratar de brindarle a nuestros cercanos un ejemplo de amor y de consistencia moral.
Nadie sino Dios sabe lo que habrá de suceder con cada uno de nosotros pero realmente sí podemos hacer el esfuerzo por pavimentar un camino que perdure en el tiempo. Claro que podemos ir sembrando alegrías y bondad en nuestro entorno y por supuesto que somos capaces de atesorar en nuestras manos las cosas buenas de la vida para legarlas a las futuras generaciones.
Puede ser que nos recuerden como locos pero de aquellos absolutamente necesarios para que la vida tenga sentido.