¡Qué hermoso es soñar! Sentirse libre, sin barreras, volar sin que se cruce algún obstáculo, imaginarse la felicidad golpeando nuestra puerta, a la alegría como integrante de la familia y a los principios de bondad, generosidad y solidaridad como motores de nuestra existencia. Como soñar puede ser un asunto estrictamente personal, íntimo o privado, se tiene un amplísimo margen para recorrer el mundo y para mirarlo desde la altura que uno desee.
Pensemos en nuestro querido Chile. ¿Les parece? ¿Tiene algún límite el soñar con Chile? Primero hay que darse cuenta, como dijimos recién, que no debemos tener límites porque, en el fondo, un sueño puede ser uno como un cuento de hadas en el que somos realmente felices. Imaginémonos caminando por nuestras calles saludando a todos y recibiendo sonrisas de todos. Un mundo pequeño en el que nos detenemos a conversar con quien queramos porque se trata, ya sabemos, de un sueño. Subámonos a un vehículo y emprendamos un viaje por nuestras carreteras deteniéndonos en pueblos pequeños en los que vamos haciendo más y más amigos. Caletas, playas, ríos y montes desde donde nos saludan las gentes. Nos encontramos, al paso, con decenas de plazas hermosas, llenas de flores, de niños jugando, de familias paseando, alegres y tranquilos. Nadie parece tener problemas. ¿Será posible un mundo así, tan hermoso? En nuestros sueños todo es posible, nada tiene límites.
Los caminos nos conducen directamente a dos puntos en que nuestra firmeza y fe tambalean. Eso es mientras soñamos, no lo olvidemos. Se trata de La Moneda y el Congreso, en Santiago y Valparaíso, respectivamente. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué se detienen nuestros anhelos? ¿Es que nos hemos topado con barreras que nos ponen límites, que nos bajan a la tierra? ¿Es que hemos ingresado a otro país en el que los gobernantes y parlamentarios se oponen a que sigamos soñando con un mundo mejor? ¿Y qué le explicamos a nuestras familias que, también felices, soñaban como nosotros? Nos sentamos a la orilla del camino para reflexionar. Nos detenemos para abrir los ojos y ubicarnos en la realidad. Pero, sentimos íntimamente que igual es maravilloso soñar aunque el precio y el dolor, al final del camino, sean demasiado altos.