La gran mayoría de los chilenos, somos ciudadanos comunes y corrientes, que no estamos ni en la “Primera Línea”, ni en las “Barras Bravas”, ni en la Plaza Italia o Plaza de la Dignidad, ni siquiera en Santiago, ni en ninguna de las grandes ciudades del país. Somos esa gran millonada de chilenos que vivimos en pequeños villorrios o en pueblos chicos, perdidos en el sur o en el norte de esta larga y angosta faja de tierra al sur del planeta, que llamamos Chile y que ni siquiera sabemos con claridad lo que significa el nombre de nuestra patria. Somos parte de esa gran mayoría pueblerina que sentimos en carne propia y día a día todas las fortalezas y las debilidades que va experimentando nuestra patria, arrastrados por las decisiones políticas que para bien o para mal van tomando los gobiernos de turno, sean estos de centro, derecha o izquierda. Es cierto que a veces marchamos y expresamos nuestros pareceres a “grito pelado” en las calles de Villarrica o Pucón, pero ahí no más. Mostramos nuestra voluntad y simpatía relativa, con el gran movimiento social chileno pues queremos cambios serios y radicales en lo político, en lo económico, en lo social y en la filosofía social, política y económica chilena, pues estamos conscientes de que los cambios estructurales son necesarios e inevitables para conseguir una sociedad que no sea corrupta, que la distribución de la riqueza sea más equitativa. En fin que no exista una clase tan poderosa en Chile que acumula el 90% del capital total y que el restante 90% de los ciudadanos nos tengamos que repartir el 10% sobrante del total de la riqueza del país. No. Eso está mal y muy mal. Y es indispensable revertir este orden injusto y arbitrario.
Dije en el punto aparte superior, que nuestra voluntad de adhesión y simpatía por el movimiento social es real y cierta, pero “relativa”. Lo relativo de nuestra adhesión, está sujeta al desagrado, temor y distancia que tomamos cada vez que somos testigos oculares o por algún medio de comunicación, del creciente vandalismo sin control que existe por parte de aquellos grupos que careciendo de toda capacidad de análisis real en lo social, político y estratégico de la realidad poblacional chilena, actúan a tontas y a locas, destruyendo y dañando nuestro patrimonio de bienes comunes que tantos años nos ha costado conseguir. Esto se ve, casi exclusivamente, en las grandes urbes como Santiago, Valparaíso y Concepción, entre otras, en donde estos grupos alienados, hacen su propia guerra, dañando todas las estructuras de sostén básico de las poblaciones más vulnerables. El Metro, los Supermercados, los Buses del transporte público, las Farmacias y tantos otros centros cívicos fundamentales para el mejor vivir de todos. Esa es la guerra propia y de unos pocos, que es innecesaria, ciega y sin destino social o político. Esta es una guerra ajena de los intereses del pueblo chileno. Saqueos, asaltos, riñas de bandas, quemas de supermercados en poblaciones, quemas de sucursales de bancos en poblaciones muy alejadas del centro de las ciudades, ataques y destrucción de retenes y comisarías de poblaciones. Todas estas acciones obedecen a una guerra propia y de unos pocos que de alguna manera debemos neutralizar para poder seguir adelante con lo importante y fundamental para los intereses de la gran mayoría de los chilenos.
La brutalidad de la destrucción y el caos que vemos a diario sólo le puede convenir a aquella fracción del espectro político chileno que no desea cambiar la Constitución del 80 y así hacer una macabra ecuación entre el vandalismo actual y los posibles resultados de la Convención Constituyente por la que votaremos en Abril del 2020.
MI CORREO. panchana.1942@gmail.com