De tanto y andar caminos las piernas quedan exhaustas, fláccidas, sin ganas de seguir devorando kilómetros. Siempre llega el momento de echar raíces, de asentarse para siempre en algún lugar, de acomodarse entre los hijos y la señora, para dormitar masticando algún viejo recuerdo.
Cientos, miles de personas han llegado a la zona lacustre en ese afán, en el de encontrar un rincón cálido, más humano que otros, más comprensivo y más amable. Miles son los que a lo largo de los años vinieron a conocernos, se fueron y a la hora de las decisiones definitivas, volvieron para quedarse para siempre. Muchos de ellos, centenares, están hoy entre nosotros, formando parte de la numerosa familia lacustre.
Se encuentran en la ciudad, en el campo, en sectores más apartados viviendo una tranquilidad que linda en la soledad idílica, lejos del ruido, separado de las envidias y egoísmos terrenales. Todos, invariablemente, optaron por Curarrehue, Caburgua, Licán Ray, Pucón o Villarrica porque nos encontraron algo especial, algo distinto de lo que quizás ni nosotros nos percatemos. Vinieron a quedarse por nuestros paisajes, por la exuberante belleza de nuestros parajes y por nosotros, por los seres humanos que habitamos estos lugares desde antes, a pesar que también nosotros, en su momento, tuvimos que decidir y lo hicimos por esta zona.
Acá han nacido nuestros hijos y nietos, acá construimos un mundo que queremos ver mejor, más sólido y más seguro. En medio de este paraíso terrenal soñamos con caminar la vida hasta el último suspiro.
¿Somos, realmente, merecedores de tanta bondad? ¿Qué hicimos para que nos prefirieran? ¿Es que tenemos tantas virtudes y no las conocemos?
Lo cierto, estimados lectores, los nativos y los que llegamos antes que los que han arribado en los últimos años y mucho antes de los que vendrán después, es que nuestra responsabilidad no es menor pues se trata de responder a cabalidad a las expectativas que se forjan los muchos que algún día prepararon sus maletas para radicarse en esta zona, para depositar sus esperanzas de vida en cada rincón de este trozo de Araucanía, para mostrarle un futuro más prometedor a las nuevas generaciones que venían con ellos.
Eso, sin duda, exige mucha atención