“Amo el amor de los marineros que besan y se van”, escribía Neruda. ¿Será verdad tanto amor desparramado por los puertos del mundo? Puede ser, por qué no. De hecho, a lo largo de nuestra residencia en la zona lacustre hemos sido observadores de tantas y tantas promesas entre aquellos o aquellas que llegan, especialmente durante el verano, que besan y se van, cargando esperanzas de amor eterno y prometiendo volver, siempre volver, aunque sus rostros se pierdan en la memoria de quienes quedan esperando, tal como Penélope lo hizo en la canción de Serrat.
Por lo mismo, se nos vinieron a la memoria aquellos veranos de juventud en que éramos los dueños de los días y noches, paseantes eternos en la plaza de cada ciudad que visitábamos, residentes absolutos de todos los malones del pueblo e inocentes jóvenes que vivíamos para amar y para prometer volver… algún día. Eran los días de Favio, de Sandro y de tantos otros que nos encogían el corazón de emoción al bailar, al besar y de llorar en el momento de partir. Eran aquellas jornadas que jamás, que nunca podrán salir o ser arrancadas de nuestros corazones, hoy un tanto cansados pero manteniendo el romanticismo de siempre.
En la zona lacustre han nacido y crecido miles de amores que no quisieron separar sus sentimientos manteniendo de por vida la hermosa promesa de amar. Por contraste, también han muerto, como hojas de otoño, miles y miles que prefirieron seguir caminando. Como los marineros, besaron y partieron con la promesa de retornar.
Fue una época de oro para los jóvenes de entonces tal como, seguramente, estos años lo son para la juventud de hoy. Fueron tiempos felices que nunca volverán, salvo que a través del recuerdo los traslademos al presente como una continuación emocionante de un amor que se niega a morir.
En algún tren de la época, con destino quizás a qué lugar, algún joven debe haber guardado en su mochila ese pequeño libro de Neruda, pero enorme en su contenido, y lo más probable fuese que al marchar hacia su próximo destino estuviese leyendo “amo el amor de los marineros que besan y se van”.