La venta de ilusiones no es poco común. De hecho se estafa vendiendo “pomadas” que la gente cree y acepta porque en virtud de la ambición se convence de hacer un gran negocio, por ejemplo, o de adquirir una propiedad a bajo precio o, también ha sucedido, de comprar por una ganga las escritura que acreditan como dueño de la luna o del boleto del gordo de algún juego de azar.
Con los políticos, en otro ámbito conocido, las personas se ilusionan con sus promesas, creen a pies juntillas en sus discursos, se esperanzan en días mejores, les siguen como profetas hasta que muchas veces ya no es posible sostener o respaldar lo que han ofrecido provocando, en este caso, desesperanza y desilusión. En relación a lo político la situación tiene matices diferentes pues los estafadores van directamente a la cárcel pero los políticos sólo aventuran a adelantar lo que ellos creen que van a poder cumplir sin que después puedan conseguirlo. Es preciso marcar la diferencia con claridad para evitar una mala interpretación de estas líneas.
Un viejo conocido nuestro, maestro en las lides de la vida, casi un filósofo, analista del actuar de los seres humanos, nos decía que en el mundo político quienes no tienen la capacidad de la oratoria poco tienen que hacer. Ahondaba asegurando que se puede ser un pésimo representante del pueblo pero teniendo la virtud de la oratoria pueden sostenerse en el poder por mucho tiempo. Fiero en sus apreciaciones, este hombre los llegaba a comparar con charlatanes, concepto que no compartimos pero que consignamos como una manera de representar a quienes ostentan cargos políticos de qué modo puede llegar a pensarse de ellos.
Así como el fútbol, o algún club grande del balompié nacional, requiere de una cirugía mayor, también la clase política necesita con urgencia renovarse de cara a las necesidades modernas del país y de frente a la evolución del pensamiento humano. Ya no basta con ser simpático y hablar bien. Ya no es suficiente con pararse frente a un grupo de personas con la varita mágica en la mano para solucionar sus requerimientos. La ciudadanía lo entiende cada día mejor. Los únicos que parecen ser sordos ante esta nueva visión de la política moderna parecen ser los propios políticos.