Nada puede impedir sentir amor por algo o por alguien pero, en cambio, sí se puede evitar sentir odio por alguna persona o algo en particular. Para lo primero, basta hacer que el corazón delibere y decida mientras que, para lo segundo, debería bastar con dejar que la conciencia actúe. Sin embargo, aquello es complicado pues el odio nace y crece desde algún rincón del cerebro humano difícil de controlar y, sobre todo, de dirigir.
La vida de la humanidad se ha escrito teniendo como telón de fondo, entre otros, al amor y al odio. De ese modo se han construido las páginas más importantes de la historia, positiva y negativamente. Los que empujan hacia el lado bueno, felizmente son los más. Los que lo hacen hacia el lado malo, son los menos pero son potentes. Capaces de embaucar, de convencer, de lidiar hasta el fin con tal de conseguir sus nefastos propósitos, llegan a olvidarse hasta de Dios y hasta de sus principios más notables. Los hacen desaparecer, los ocultan, los desperfilan, en afán de hacer daño al prójimo. Esos perversos porque son inteligentes, pero tremendamente negativos pues gastan las energías y el intelecto en hacer el mal.
¿A qué viene lo anterior? Es muy simple, estimados lectores. Tocamos el tema porque cada día que pasa conocemos más y más historias de personas visiblemente dañadas por la acción de terceros. Basta un rumor malintencionado para causar mucho, muchísimo daño. ¿Y por qué tanto empeño? Puede ser por envidia, por rencor, por la necesidad de causar problemas, por ambiciones y quizás por cuántas otras razones. Bien sabe el diario de esos intentos por dañarlo. Bien sabemos quienes laboramos en este medio de los esfuerzos por hacernos desaparecer, por borrarnos del mapa.
Quienes se preocupan de lo positivo, de hacer el bien, de ser solidarios o, al menos y por último, de no andar pensando en provocar malestar al prójimo, saben que la vida no puede darles la espalda porque están tranquilos y con la conciencia en paz. Caminan serenos, con la frente en alto y dejando una huella de paz y de fortaleza que no puede borrarse. Eso es saber vivir.