¿Recuerdan cuando hace un montón de años nos reuníamos por la noche, junto a nuestros padres, para ver el festival de Viña del Mar? Era, de verdad, una verdadera fiesta nacional. Aparecían cantantes chilenos, también internacionales, competencia muy fuerte, jurados seleccionados y, en general, una fiesta de la canción y el humor diseñada con cariño y especial dedicación. Era nuestro festival a tal punto que las canciones ganadoras, tanto en folclore como en lo internacional, se recordaban muchísimo tiempo e, incluso, se programan en las radios hasta el día de hoy.
Hasta que a alguien se le ocurrió bajar de grado la competencia, ubicando casi como relleno aquello que nos llenaba de orgullo, haciéndole perder fuerza y prestigio al festival. A alguien se le ocurrió darle, definitivamente, darle la categoría de show internacional, sepultando las ilusiones de artistas de Chile y América que pretendían ganar gaviotas mostrando el tipo de música que los organizadores deseaban enterrar.
Aquello de que 100, 200 o 250 países nos escuchan y nos ven es demasiado relativo. Nos escuchan y ven es demasiado para lo que es realmente el festival porque hoy aquella maravillosa fiesta de antaño se ha transformado en un asunto de marketing que muestra al mundo una concentración de artistas que, entre paréntesis, no siempre son tan populares, ni tan buenos, ni tan famosos ni tan deseados por los distintos públicos del mundo.
Por supuesto que no todos opinan de la misma forma. Es obvio y hasta es lógico si pensamos en tanto “rostro” que se quedó sin la alfombra roja. Si pensamos en vestidos carísimos diseñados por modistos famosos. No, no fue por conciencia que no hubo alfombrita este verano sino por miedo a la reacción de la gente que tienen que “mamarse” los lujitos de los caprichosos.
Pero, sin duda alguna, que en el festival hay momentos que valen su peso en oro. Al final, en el recuento, daremos a conocer nuestra opinión al respecto. Quizás seamos capaces de ponernos de acuerdo en algo.