Permítannos cavilar sobre el valor de la vida, reflexionar en lo tan dura que puede ser y en lo obligatorio de luchar día a día, siempre, todo el tiempo, todos los días, sin esperanzas de dejar de hacerlo, sin ilusión alguna de vivir una vida tranquila o, al menos, un poquito más justa de lo que llega a ser. Luchar por sobrevivir se ha transformado en un oficio en el que el ingenio, el dolor, las penas, la creatividad y la vuelta a luchar podrían asegurar en cada hogar el pan nuestro de cada día.
La vida es desesperante cuando creemos que hemos quemado una etapa de necesidades y se nos viene encima otra avalancha de problemas que casi nos parecen insuperables. Pero, ¿qué puede suceder si bajamos los brazos? ¿Y nuestras familias? ¿Y nuestros hijos queridos? No hay caso, es necesario seguir luchando sin descanso por los que queremos tanto y tanto.
Como se sabe, vienen tiempos de votaciones, de urnas, de elegir lo mejor para el país de acuerdo al concepto que cada uno tenga de lo bueno, lo regular o lo malo. ¿No es verdad? Hasta fin de año deberemos escuchar decenas y decenas de discursos, promesas, descalificaciones, inventos, nos regalarán sueños hermosos pero que normalmente escuchamos sin que jamás se cumplan, sin que logremos verlos de carne y hueso. En radios y diarios escucharemos y leemos mensajes de gente honesta y de gente definitivamente deshonesta, de personas que creen tener el don de la palabra y de aquellos que realmente lo tienen. Tratarán de convencernos de mil maneras y tras todo aquello, nosotros, los ciudadanos normales y corrientes, no podemos hacer pausa alguna porque precisamos de seguir luchando y sufriendo solo para sobrevivir por ellos, por los nuestros, por los que también padecen por nuestros y sus propios sufrimientos y carencias.
Ese es y será nuestro destino hasta llegar a una meta que desconocemos y que para muchos es la propia muerte. Ese es todo el horizonte que alcanzamos a mirar, nada más que eso. Mientras seguirán escuchándose discursos, entrevistas, mentiras, engaños, falsedades y, en medio de ello, de pronto alguna que otra verdad. Muy poco para alcanzar, algún día, a sentir, nada más que sentir aromas de felicidad.