Lejanos, muy lejanos están aquellos tiempos en que con 14 o 15 años a cuestas solíamos pensar que los 40 o los 50 jamás llegarían, que era casi imposible llegar a vestir canas y que para alcanzar el medio siglo faltaba una verdadera eternidad. Nunca cruzó por nuestra cabeza que el paso del tiempo es inexorable y que de un día para otro, sorpresivamente, ya habíamos cruzado aquellas barreras transformando los 15 años, los 16, 18 o 21 sólo en recuerdos, en emociones, en pasado que jamás habría de volver. Jamás, de hecho, creímos que estaríamos escribiendo estas líneas soñando con el pretérito de nuestras vidas y luchando con un presente complicado, duro, de lucha y fragor en cada día.
A los 15 o a los 20, da lo mismo, nos creemos propietarios de la fuente de la juventud, los de 50 son viejos y los viejos no cuentan. En aquel tiempo, despreciábamos los años y hoy los atesoramos a escondidas, contándolos una y otra vez y calculando el resto de nuestra existencia con apretado temor.
Así es y así ha sido siempre. Lo que tiene que venir se desprecia y lo que se ha vivido ya no cuenta. Así, hasta el final de nuestros días, sólo que ahora, pasada aquella barrera del medio siglo, parece que las rosas tienen otro color, que los bosques huelen distinto y que la bohemia de esta noche bien podría ser la última por lo que hay que disfrutarla a plenitud.
Es difícil, por lo demás, hacer entender a los jóvenes que este proceso es inevitable, así como también nos es complicado comprender a la juventud de hoy, indiferente a los años que hemos vivido y a las experiencias que majaderamente sacamos siempre a colación. Ellos son como son y nosotros como somos. Ellos irreverentes y nosotros temerosos. Ellos arrolladores y nosotros encorvándonos cada día más, parapetados en algún muro que esconda nuestros miedos.
La vida se va, se acorta, nos hace estrecho el camino. No hay tiempo para mucho y faltan días para hacer lo que deseamos.
Cada cana, un recuerdo. Cada huella en la piel, una nostalgia. Cada mirada triste, una evocación. Mientras tanto, la juventud sigue su marcha triunfal avanzando sin saberlo hacia una vejez que espera. Que siempre espera por todos.