¿Cómo están? Sería una alegría saber que todos nuestros lectores amanecieron bien, sin problemas, sanos, contentos, rodeados de amor y afecto, tranquilos desde el punto de vista económico y confiados en el futuro. También desearíamos lo mismo para quienes no nos leen pero todos sabemos que aquello es punto menos que imposible. Algunos podrán sentirse así, otros más o menos pero la mayoría siempre vive asediada por alguna angustia, por una pena, preocupación, sobresalto o enfermedad o con la impotencia de no entender mucho lo que la vida le está ofreciendo. Se trata de una injusticia tremenda, de lo que no tiene sentido alguno, de aquello que se nos hace difícil explicar a nuestros propios hijos. ¿Cómo les vamos a decir que desde que abrimos los ojos nuestro destino estaba sellado? ¿Cómo hacerles entender en sus cabecitas y corazones inocentes que deberemos recorrer un larguísimo camino de carencias y pobrezas, sin poder alcanzar objetivos ni sueños, sólo por nacer donde nacimos y sólo porque nuestra existencia estuvo condicionada por una suerte de poder oculto que nos impidió ser felices? ¿Cómo decirle que aquello que de los pobres será el reino de los cielos? ¿Decirles que aquello no es verdad, que es un invento para conformarnos en nuestra condición de pobres, para que lo aceptemos como una santa señal del cielo? Dios, con toda seguridad, no quiere aquello, nunca ha pensado en vestirnos de pobreza porque El es bondad, es justicia, es ecuanimidad. ¿De qué depende, entonces, que alcancemos a subir al menos un par de peldaños en la escala de la vida? ¿Qué debemos hacer para lograr que nuestros propios o nietos se desarrollen en un mundo de oportunidades? Ya ni siquiera pensando en nosotros sino en ellos, los pequeñines que todavía se conforman con un caballo de palo para jugar.
Claro que sería bellísimo despertar para abrir las ventanas de la vida con una sonrisa para todos, sin importar su condición. Pero es difícil y para lograrlo, aunque sea a medias o para no quedarnos con el sabor de irnos con la sensación de lo incumplido, se debe luchar incansablemente, hasta la última gota de sudor, hasta el último suspiro. Luchar y seguir luchando para siempre.