¿Eran 500, 700, 800 o 1.000 las que asistieron en Villarrica a la marcha feminista del domingo recién pasado? Otros aseguran que eran cerca de 1.500 las mujeres que hicieron sentir sus voces en el centro de la ciudad. Eran cerca de las 20 horas cuando la columna se movilizó hacia la esquina de Camilo Henríquez con Pedro de Valdivia, punto tradicional de encuentro de cualquiera marcha o celebración. El domingo no fue la excepción. ¿Alguna novedad? Claro, sólo mujeres policías vigilaron el normal desarrollo de la manifestación y, por tanto, escucharon de cerca los gritos en su contra. Las consignas fueron muchas, sonoras, reclamando por los derechos de las mujeres, mil veces pisoteados por la sociedad masculina chilena. Los gritos contra las carabineras estaban demás pues cualquiera entiende que ejercen una función o trabajo en que se sabe y entiende que cumplir órdenes es lo que les corresponde. Al margen de aquello, son mujeres, madres, hijas, hermanas, etc., igual que el resto del mundo femenino.
En cuanto a la marcha misma, sorprendió su masividad, su combatividad, su cohesión, su empuje y su fuerza. También su alegría, sus cantos y consignas. Se trató de mujeres decididas, cansadas de ser objetos de segundo nivel o relegadas a sus casas, angustiadas por la terrible desigualdad que se les ha hecho cargar sobre sus hombros. No todos los hombres lo han comprendido y adherido a la causa femenina y, por lo mismo, la reunión del domingo adquirió mucho más valor, mucho más significado y profundidad.
La concentración a que hacemos referencia quedará en la memoria histórica de quienes participaron, de quienes la vieron, escucharon o supieron de ella. Lo malo es que los hombres no comprenden que la fuerza de las mujeres es tal que con el paso de los años tendremos hasta una viejita pascual si es que de corazón y a conciencia no reconocemos la paridad de género como un hecho, además de previsible para el futuro, justo por donde se le mire.