
Una persona de izquierda, tiene como ideario central la democracia y la defensa de la igualdad social. Por su parte la derecha política, también democrática, considera las diferencias sociales como algo natural, normal e inevitable. Por lo que sabemos, tanto la izquierda política como la derecha política tienen derivadas en posiciones más extremas, las cuales en la medida que se alejan del centro se van hermanando y se identifican, logrando un parecido o una identidad muy notable. Algo así como lo vivimos en la década de los 60-70, con el MIR por la izquierda y Patria y Libertad por la derecha. Ambos extremos fueron antidemocráticos, violentos y con liderazgos de personas con anhelos totalitaristas. Dentro de las variantes de la izquierda está la izquierda democrática, la revolucionaria y el anarquismo. Estas dos últimas son violentas y viven al margen del ideario democrático. Lo mismo sucede con los extremos de la derecha y sus fundamentalismos religiosos, económicos y sobre todo su eterna simpatía con lo militar como sostén de un conservadurismo valórico y un orden social y de la propiedad privada inamovible.
Este juego de las posiciones extremas, es algo muy poco deseado y nada perseguido por la gran mayoría de los chilenos que entendemos que la democracia sin apellido, la paz y la convivencia armónica es la mejor manera de vivir, crecer y progresar. Hoy, los ultras de derecha e izquierda, en diversas partes del país, poseen cuerpos armados como los caballeros feudales con cascos, palos de béisbol y escudos. Es una estupidez de las más grandes. Además, la militarización de todos esos imberbes de la primera línea es otro invento morboso que debe desaparecer a la brevedad para poder dar curso a las grandes transformaciones de fondo que entre todos estamos creando. Todas aquellas manifestaciones de “funas” masivas y violentas a personas comunes y corrientes que no desean ni bailar, ni destruir, y que pagan su boleto en el metro y en el bus, ante los gritos masivos de “fascista pobre” de una turba enardecida es un acto de prepotencia muy similar al que ejercían las juventudes nazis en contra de los judíos, los negros o los homosexuales en aquella Alemania de los años 30.
La actitud respetuosa, digna y democrática de los chilenos, ante lo que es distinto, diverso, o contrario a lo que somos, debiera ser una conducta permanente, asumida y enseñada desde la niñez en todos los principales nichos en donde se aprende y se enseña; es decir en nuestros hogares y en nuestras escuelas.
Podemos ser relativistas en muchos aspectos de la vida y del conocimiento, pero no podemos ser relativistas en cuestiones centrales de nuestra vida cívica y en la estructura civilizatoria de nuestra cultura, por cuanto al romper ciertos pilares normativos fundamentales, estamos renunciando a vivir en una sociedad que nos permite la paz y la armonía entre unos y otros. Por el contrario, si no logramos el ORDEN PÚBLICO y con él, el respeto por el otro, cualquier planificación social y política a futuro, es solo una quimera que dependerá del estado de ánimo de los termocéfalos que tienen tomada la calle.
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