Hay postulantes a cargos públicos por votación popular que sienten la tentación del populismo, esa manera fácil de llegar a sus electores con promesas imposibles de cumplir. Basta con atender un poco a las ofertas de los candidatos para descubrir si presentan esta tendencia total o moderada cuando se acercan elecciones. Porque la palabra “populismo” presenta una connotación negativa que involucra una cuota de frivolidad. A esta tendencia se opone el realismo, que por su naturaleza es menos atractivo al elector. Ahí está el drama, porque una democracia sana y que sea para todos, debe sustentarse en realidades más que en quimeras.
Surge entonces la pregunta qué hacer para conseguir el equilibrio y mantener a raya esta tentación del populismo. Hay quienes dan fórmulas que tampoco son fáciles de conjugar. Una influyente publicación londinense sugirió que hay tres factores imprescindibles para que el elector no dé un paso en falso y que, además, dejaría fuera de carrera a quienes se valen de los cantos de sirenas.
En primer lugar, debe haber productividad económica, esto es que el crecimiento sea constante y sostenido al ritmo de las necesidades del país y que, por tanto, haya fuentes de trabajo atractivas. Un segundo factor es que los trabajadores sientan seguridad en sus empleos, es decir, que les permita proyectarse en el tiempo para poder hacer planes. Además deberían tener siempre la opción de cambiarse de empleo si lo estiman necesario. Y el tercer factor a tener en cuenta es la integración de los inmigrantes. El estudio en cuestión añade que ése es el camino de una democracia de estilo tradicional, la que el elector debería valorar y hacer que perdure a través del sufragio.
En este año de elecciones nada es fácil. Los candidatos tienen que demostrar conocimiento y ponderación y los votantes seriedad y responsabilidad al depositar su voto. De lo contrario el populismo anda rondando por ahí.