No es fácil razonar bien y con sentido histórico sobre lo que estamos viviendo día a día, acuartelados o guardados en nuestros hogares por tantos días y que, por lo que se avizora pueden ser muchos y muchísimos más. Quizás uno o dos meses más. No estamos acostumbrados a disponer de tanto tiempo para nosotros mismos y para convivir tan estrecha e íntimamente con nuestra familia. Esta condición de claustro o este extenso ejercicio espiritual de retiro, podemos vivirlo de múltiples maneras, dependiendo fundamentalmente de nuestra disposición anímica, de nuestra salud, de la voluntad de cada uno y sobre todo de la potencia del amor que sintamos por aquellos que nos rodean.
Cuando digo que este periodo no planificado de convivencia íntima con la familia es un extenso ejercicio espiritual, lo digo en un sentido secular y laico, no ligado a esas concepciones que devienen de la cultura religiosa. NO, de ninguna manera. Yo me refiero a la reflexión introspectiva que nos lleve a hacernos importantes preguntas a nosotros mismos y a darnos cuenta, aproximadamente, de lo que somos en el Universo, en la Tierra y al interior de nuestra sociedad y en nuestra familia. En pocas palabras a conversar con las personas que amamos de asuntos que nos interesen y sobre muchos que nunca hemos tocado. Ahora si no somos dados a filosofar sobre esto y lo otro, entonces, mostrar de alguna manera nuestro amor por la familia, cocinando entre todos, jugando juntos, viendo un poco de TV, en programas que sean entretenidos y arrancando de las permanentes informaciones histéricas sobre la peste y sus estadísticas y NO estar 10 o más horas diarias viendo cómo aumenta el número de contagiados.
Esta INTIMIDAD, que estamos viviendo, es tan única y exclusiva, que puede no la vivamos nunca más, y debemos aprovecharla para mirar y entender de nuestra pareja y de nuestros hijos, cuestiones que nunca habíamos notado. También y con ganas, mostrarnos en lo que somos, lo que sabemos, de nuestros miedos y de nuestras zonas vulnerables. Mostrar nuestra humanidad, invitando a los demás a atreverse hacer lo mismo. Es una oportunidad especial para que le contemos a nuestros hijos de nuestros antepasados, presentarles a nuestros padres, a nuestros abuelos y a través de historias y chascarros, caracterizar un poco a los viejos.
Dadas las exigencias laborales y la cultura masculina generalizada, enseñada y transmitida por miles de generaciones, muestra que el hombre debe ser un recio varón, el proveedor de la familia y estar gran parte del día en su trabajo, saliendo de amanecida y llegando al hogar a comer y a dormir. Así sucede que los hijos, poco saben de cómo es su padre por dentro. A la mamá la conocen bien y es ella, quien cuida, forma, orienta y protege a los hijos. Del papá se sabe casi nada. Lo mismo le sucede a la madre con ese hombre que amó y ama. Se va diluyendo ese fuerte nexo de amor en una neblina de obligaciones y responsabilidades.
Entonces Familia, ahora o nunca. Conversemos, juguemos y llevemos bien con sentido del humor y mucho amor pues pasará la peste, inventarán una vacuna y de aquí a que aparezca otro Corona Virus, puede pasar mucho tiempo.
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