Son las 03.16 horas y sobre nuestro escritorio mental permanecen varias ideas respecto a qué escribir para hoy. Una de ellas es dedicarle un poco más de tiempo al Sr. Donald Trump, Mr. President, aunque no lo merece. Sin embargo la posibilidad de hacerlo es francamente tentadora. Sabido es que mientras el mundo se alarmaba por la aparición arrolladora del coronavirus, primero en China y luego en muchos países más, el rubio dirigente máximo de la humanidad debido a que conduce los destinos de la nación más poderosa del mundo, se declaró abiertamente escéptico respecto a la que luego la Organización Mundial de la Salud declararía como pandemia. No creyó, no arbitró las medidas necesarias y resolvió mantenerse al margen en un asunto de salud del que nunca debió dudar ni apartarse. Cuando decidió incorporarse a la lucha abierta y franca contra el virus, ya era tarde pues el causante de esta alerta mundial había penetrado en su país, principalmente en Nueva York, ocasionando estragos, transformando nuevamente a Estados Unidos en nación líder aunque esta vez debido a la cantidad de contagiados a nivel país y, tristemente, a la cantidad de muertos que se registran dentro de sus fronteras. Pero, como desde el primer día de su mandato nos acostumbró a sus mentiras, a sus decisiones absurdas e ilógicas, también esta vez buscó esconder su fracaso y, sobre todo, su pública irresponsabilidad, usando a otra organización para desviar la atención sobre su persona. La chiva expiatoria fue la propia Organización Mundial de la Salud, OMS, a quien acusó de ser pro China y de haberse demorado en comunicar al mundo el arribo del COVID-19. Luego de unos días suspendió la ayuda económica de Estados Unidos a ese organismo, la misma que proporcionalmente prestan todos los países del mundo. Estados Unidos es responsable de entre el 15 y el 17 por ciento de esa ayuda. Es decir, castigó al mundo privándolo de un importante financiamiento destinado a científicos de toda la tierra que trabajan investigando, en este caso, una vacuna que sirva para detener la pandemia. Ese fue el precio en su afán de esconder sus errores.
Esa es la última gracia de Mr. President. Como para no creerlo, como para pensar en una pesadilla mundial, que ya existe, pero que todavía sigue alentando el líder máximo de los Estados Unidos.
Perdónalo, Señor, porque no sabe lo que hace, y muéstrale tu misericordia enviándolo directamente a un manicomio.