
Hermanos en Jesucristo:
Jesucristo resucitado es el centro de toda la Creación y de la historia, en Él tiene su culminación toda la Revelación de Dios a los hombres y el plan de salvación establecido desde toda la eternidad. La Iglesia y la fe de los bautizados adquieren todo su sentido sólo desde el misterio del Corazón misericordioso de Cristo, muerto y resucitado.
La misericordia de Dios es clave también para comprender desde la fe el misterio del dolor y de la misma muerte, que, en definitiva, sólo pueden tener un sentido en Cristo resucitado.
Eternamente “Dios es Amor” (1 Jn 4,8) y por amor creó todas las cosas y, particularmente, al hombre y a la mujer. Pero desde que el hombre pecó y se introdujo en el mundo el dolor y la muerte, el amor de Dios se ha convertido para nosotros en misericordia.
La Palabra de Dios, cuando quiere expresar el modo de relacionarse del Señor con nosotros usa la palabra “miseri-cordia”. “Miseri” viene a significar mísero, pobre, o también tener compasión; y “cordia” significa corazón. La misericordia de Dios por nosotros viene a ser la inclinación de su corazón a compadecerse de nuestros sufrimientos y miserias debidos al pecado.
El hombre, aunque sea pecador e incluso porque lo es, puede y debe confiar en el Señor porque Él es “rico en misericordia y fidelidad” (Sal 86,15). Solo puede apelar a la misericordia de Dios el que se sabe pobre, necesitado, indigente y pecador. Solo así se puede decir: “Misericordia, Dios mío, misericordia, que mi alma se refugia en ti; me refugio a la sombra de tus alas, mientras pasa la calamidad” (Sal 57,2) y “misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado” (Sal 51,3-4).
Por la misericordia del Corazón de Cristo, quien vive resucitado para interceder por nosotros (ver Hb. 7,25), todos los acontecimientos dolorosos son permitidos por la todopoderosa providencia de Dios. También lo es la pandemia del coronavirus. En efecto, si “hasta los cabellos de cabeza de ustedes están todos contados” por Dios (Lc 12,7), cuanto más no se le escapa lo que tiene dimensiones mundiales.
El Señor actúa por misericordia también cuando permite el sufrimiento, que entre otras cosas, debe ser comprendido como una advertencia para nuestra conversión y eterna salvación: “Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por Él. Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Ustedes sufren para su corrección. Como a hijos los trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?” (Hch. 12,5-7).