¿Tiene algún problema de conciencia porque no ha pagado alguna cuenta, crédito bancario, hipotecario, etc.? ¿Tiene el dinero para hacerlo? Si lo tiene y no ha cancelado debe sentirse en paz con su conciencia. Y, además, feliz porque no sabe de la que se está salvando. ¿No tiene el dinero suficiente para hacerlo? No, no puede estar tranquilo a pesar que moralmente está justificado y de tener conciencia que usted no es un delincuente. Para nada está delinquiendo. Simplemente, como millones de otros chilenos, se ha visto apretado y ahogado por la crisis económica que afecta al país desde hace un par de años, por la crisis social y ahora, por la pandemia de coronavirus.
Creemos, firmemente, que los bancos deben escuchar a quienes fueron sus “respetados” clientes. Que tienen la obligación moral de enfrentar las deudas junto a sus clientes, sin apretarlos, sin asfixiarlos sino entendiendo que por el momento, lamentablemente, no pueden cancelar. ¿O es que los bancos, en su afán de cobrar, van a dejar a medio Chile sin casa, sin auto, sin dónde caerse muerto? El mismo Chile querido jamás lo permitiría. Con el látigo no se llega a ningún lado. Conversando, razonando, viendo posibilidades reales (sin dejar espacio a una hambruna generalizada) se puede llegar a acuerdos. ¿O usted dejaría que su familia se muriera de hambre porque le obligan a cancelar una deuda que, honestamente, no está en condiciones de pagar?
El mundo está virtualmente azotado por otra pandemia: la de la cesantía que surge paralela a la del Covid-19. ¿Y a ellas les vamos a agregar una hambruna generalizada? ¿Otra pandemia? No, el ser humano necesita respirar. No puede entrar en cuarentena escondiéndose de los bancos. El hombre requiere relativa tranquilidad para salir a ganarse el pan de cada día. Nadie le consultó al bolsillo de los chilenos cuando el gobierno de turno salvó a los bancos de la muerte financiera con nuestro dinero. ¿O le preguntaron a alguien?
Nadie quiere pensar en un segundo y durísimo estallido social pero no olvidemos que el primero tuvo su origen en el abuso y la inequidad. El problema actual no es de si pago o no pago sino de puedo o no puedo. Y ante esa disyuntiva, con la conciencia tranquila, primero está la familia y en segundo lugar todo lo demás.