Hacer feliz a la gente no cuesta mucho. No siempre disponemos el ánimo como para preocuparnos de ese detalle, que no lo es tanto pues de verdad aparece como una tarea complicada si el ánimo del momento no es bueno o si se cruzan algunos otros problemas que no nos permiten razonar con tranquilidad y claridad.
Lo cierto es que si se superan aquellas vallas no debiera ser una tarea extenuante tratar de lograrlo.
Demostraciones de aprecio, simpatía, educación, corrección y entender que todos valen lo mismo, debieran ser los ingredientes precisos para avanzar en esa materia. Darnos cuenta que los demás también tienen problemas, ayudarles, tratar de solucionar sus inquietudes, etc., también podrían tonificar de buenas vibras cualquier tipo de ambiente.
No se puede andar por la vida pensando, y lo que es peor, creyendo que los demás valen poco y que son algunos solamente los privilegiados que piensan, razonan y por tanto, deciden.
Hacer feliz a la gente es respetarla sinceramente, cuidar las relaciones entre las personas, dignificarlas y no abusar de ellas, utilizarlas o tratar de llevarlas por mal camino.
Escribimos hoy sobre este tema pensando en tantos trabajadores, por ejemplo, que viven un mal ambiente de trabajo, que no son reconocidos, que no disfrutan del más mínimo incentivo. Es decir, aquella gente está condenada a producir, a trabajar incansablemente sin retribución afectiva alguna.
Son tan pequeños los detalles que las personas esperan de sus semejantes que no hay menos que pensar que hacer feliz a los demás no tiene un gran costo, que es elemental para una sana convivencia y que, fíjense bien, los dividendos son excelentes.
Por ello, aquellos que creen que manejar el poder los hace omnipotentes, infalibles, certeros y geniales, se equivocan absolutamente.
Quizás qué tipo de sociedad tendríamos si partiéramos por respetarnos los unos a los otros. Quizás cómo cambiaría nuestra calidad de vida si sólo pusiéramos un poquito más por los demás.
Tema para reflexionar. ¿No les parece?