Hoy no conversaremos sobre el Covid-19 a pesar que tenemos conciencia de que, pasados muchos años, más de alguien tomará los diarios que hemos editado desde que se inició la pandemia para conocer lo que ocurría en estos días, cómo actuaba la gente, qué hacían las autoridades, si los estudiantes iban o no a clases, cómo se portaron los bancos y tanta otra situación inherente a esta verdadera tragedia de la humanidad, cuántos los contagiados y si hubo o no vecinos fallecidos. Tanto y tanto se ha escrito en nuestras páginas y, por supuesto y como muchos saben, sólo de lo que nos concierne entre los límites de nuestra tierra hermosa, zona lacustre y cordillerana.
No, hoy deseamos referirnos a centenares de personas que habitan en los campos con sus familias, aquellos que vienen poco a la “gran ciudad” o que, definitivamente, son propietarios de una soledad inmensa. Pensar en aquellas y aquellos mayores de edad que se cuidan entre ellos, que se cobijan en algún club de adulto mayor o en la intimidad de sus departamentos o casitas humildes y que no tienen otra compañía que la radio o la televisión. Que injusta es la vida cuando los hijos se apartan, se van lejos (o cerca) pero igual se conforman con un llamado telefónico a la semana o al mes. Con eso cumplen aquello de cuidarlos, contenerlos, acompañarlos, dejar que sus caritas reposen en sus hombros, etc. Si supieran cómo ellos los extrañan, los desean y cómo a ellos les hace falta compañía, abrazos y caricias. Nadie parece entender que los de hoy, los que presumiblemente se irán antes, nos están legando ancianidad con todo el dolor que conlleva cuando se está solo o sola.
La vida es una larga caminata que nos permite conocer todo lo bueno y malo de los seres humanos, que nos invita a emocionarnos con una canción o con una melodía y que, trágicamente, también nos obliga a saber de la avaricia y egoísmo de muchos. La vida, amigas y amigos, es una sorpresa en cualquier recodo del camino y, como tal, como sorpresa, puede ser buena o mala. Mucho depende del estado de ánimo con que nos sorprenda. Y para que éste sea el mejor, el más positivo, que no nos quedemos con algún ser humano abandonado al que no fuimos capaces de apoyar, acompañar y querer. Sobre todo si hablamos de adultos mayores. Ellos, sin dudarlo, necesitan nuestra amistad.