Las andanzas del “Chupilco” son famosas aunque el hombre asegura ser un personaje anónimo, “alejado de las cámaras de televisión”. Añade que “nada tengo que ver con la farándula de este pueblo”, casi susurra, mientras se acomoda el saco sobre su hombro derecho. Cuando se le consulta respecto a ese saco que carga a veces con tanta dificultad que casi arrastra los pies, contesta afirmando que “aquí van mis penas, los caminos que he recorrido y los sufrimientos que he padecido. No me quiero deshacer de ellos porque, al fin y al cabo, son los únicos compañeros que he tenido en toda mi vida”.
El “Chupilco” tiene más que dignidad, no permite que le ofendan y tampoco agrede los espacios de nadie. Sólo cuando, con su tarro en la mano, solicita que alguien calme con comida la rebelión hambrienta de su estómago. Lo demás es caminar, caminar y volver a marcar sus huellas por donde ya ha pasado. Dormir donde la noche lo encuentre, en lo posible al lado de una pequeña fogatita para que nadie se asuste o lo trate de pirómano. Esa es, quizás, una de sus más grandes satisfacciones porque al calor del leño respira sus más sentidas aspiraciones libertarias. Allí se siente libre, absolutamente liberado de las presiones de la mundanal vida.
“Chupilco”, amigos lectores, y el pueblo donde se supone que habita, no existe, no está en el mapa de Chile. Pero el personaje, cuyo nombre es una invención de quien escribe en memoria de un viejo conocido que murió hace ya muchos años, prácticamente abrazado a su chupilca en el lejano Puerto Aysén, ese personaje se repite a lo largo y ancho de nuestra geografía. Son los eternos vagabundos, los caminantes de nuestro pueblo que se pasan el día sumidos en sus pensamientos, en las obligaciones que no tienen, en los amores que alguna vez tuvieron y en los afectos que ya no sienten porque son solos, cruelmente solitarios.
¿Recuerdan aquella viejecita que solía lavar sus ropas frente al municipio y colgarlas en los arbustos que había en ese lugar? ¿O nuestro Julio Iglesias, el eterno, el para siempre, el que hoy viven en un convento en Pucón? Esos eran nuestros “Chupilcos”, aunque no bebieran, eran nuestros personajes, ajenos a todo tono convencional. Esos serán los que aparecerán, con otros nombres, por nuestras calles con el paso de los años.
Para ellos, este homenaje, estas líneas escritas con sincera admiración.