La medida de retirar el 10 % de nuestros ahorros desde las AFP del país ha llenado de esperanzas a millones de chilenos a lo largo y ancho de Chile. Sin embargo, esta misma situación obliga a pensar en los miles y miles de hombres y, especialmente, miles y miles de mujeres que no tendrán acceso a ese “beneficio” que no es más que disponer de lo que nos pertenece. Hombres y mujeres que han pasado la vida con trabajos esporádicos, sin contratos y, por lo mismo, sin el apoyo social que hoy les es tan necesario. Una vida de abusos y despojos que contaminan a Chile y que dan pistas claras y contundentes de la falta de apoyo, de respaldo, de fiscalización a miles de empresas que han hecho lo que han querido con sus trabajadores.
Claro, al contrario, también hay miles y miles de empresas que han cumplido con sus obligaciones por lo que quienes han trabajado en ellas podrán acceder a ese 10 por ciento de sus ahorros. Pero ¿cuántas veces hemos escuchado “trabaja sin contrato porque así recibirás más dinero en la mano”? Hoy se ven los resultados de tales consejos, hoy se deja a la deriva a miles de personas que no han ahorrado un peso en su vida. No estamos defendiendo a las AFP porque, al contrario, somos inflexibles críticos a ellas. Cuando hablamos de ahorros nos referimos a cualquier sistema porque igual la actitud de tales empresarios hoy tendría las mismas consecuencias. ¿Quién podría demostrar hoy que en 1980, 2001, 2010 o 2015 lo hicieron trabajar sin contrato porque “así recibirás más platita en la mano”?. Un verdadero drama social para aquellos padres de familias y madres abnegadas que no recibirán nada y sólo deberán limitarse a mirar cómo sus hermanos chilenos tratarán de hacer brujerías tratando de solucionar sus miles de problemas con su 10 por ciento.
Lo lamentamos por todos ellos y ellas. Sufrimos por todos aquellos que deberán esperar alguna canasta familiar atrasada, por algún beneficio a que quizás tampoco califiquen, o la caridad humana de alguna olla común solidaria. Mientras tanto, los jefes de ayer, descansan en sus casas, tranquilos, satisfechos y con la conciencia que creen tranquila porque ni siquiera se acuerdan de estos rostros que hoy son sinónimo del sufrimiento y drama humano.