Muchos creían que con la catástrofe provocada por la pandemia, se atenuarían las diferencias de todo tipo que se han venido asentando en nuestra sociedad. Se podía esperar porque ante una amenaza tan feroz como transversal que no ha distinguido ninguna condición para atacar, se podía presumir que al menos dicha calamidad pudiera servir para reflexionar en torno a cómo sanar las heridas que está dejando la refriega política.
Pero, se debe admitir que hasta ahora no ha sucedido así. Hasta se podría decir que al contrario, las diferencias se han acrecentado y la mayor parte de la población ve, una vez más, como espectadora los acontecimientos del escenario político que se polariza cada vez más dejando una brecha que tiende a profundizarse.
En los últimos tiempos se viene viendo el uso tal vez inconscientemente de la emocionalidad en la percepción de la realidad circundante. Se desatiende que es posible compartir ideas para coexistir con racionalidad y buena voluntad. De una ligera observación de los medios de comunicación formales y sociales informales, es posible darse cuenta que las diferencias se ahondan.
Con frecuencia asoman en las redes virulentas expresiones de ira o de rabia en los que la odiosidad predomina casi sin contrapeso. Se viven tiempos en los que las diferencias se hacen cada vez más profundas marcando una brecha difícil de superar. Apenas se disimulan esas diferencias en el debate público y en las redes sociales la razón y la ecuanimidad se ven sucumbir ante el ideologismo, el sectarismo y la confrontación sustentadas en la emocionalidad. Y no sólo se advierte en el ámbito político neto. Abarca también casi todas las esferas del quehacer público en lo sanitario, social, económico, cultural, deportivo, etc.
Académicos de renombre hablan de simplismo a la forma cómo se están manejando los asuntos públicos del país. Simplismo para apreciar la realidad bajo la primacía de lo emocional a la hora de buscar soluciones razonables a los numerosos problemas del país.
Pero el hombre cuenta con medios únicos para expresar su condición racional: el pensamiento crítico, la comunicación, el diálogo, el libre juego de las ideas para lo cual se requiere el concurso del lenguaje articulado. Sin embargo, se observa como cada vez más ese lenguaje tiende a desarticularse lo mismo que el pensamiento y la reflexión.
Es evidente, entonces, que falta recuperar la condición racional en el debate muchas veces estéril con que se exponen ideas contrapuestas para la solución de los problemas.
Chile lo necesita en esta hora crucial para superar juntos los obstáculos actuales y aquellos que ya se avizoran para el futuro político, social y económico apenas la pandemia se vaya controlando.