Es madrugada y el silencio de la noche casi puede escucharse. Mientras tanto, la soledad del momento se diría que es posible tocarla. ¿Será este el mejor momento para escribir? ¿Justo cuando el alma se llena de melancolías, de recuerdos y añoranzas que jamás se irán porque están a la espera de minutos como el que nos brinda el presente? Es verdad que hay momentos en que nos encontramos más propensos a sentir penas, frecuentemente ligadas a evocaciones de tiempos idos, de rostros queridos, de momentos vividos que jamás podrán volver. Aunque vivamos experiencias similares o parecidas a las de ayer, nunca será lo mismo y ello se debe a que el paso de los años es inevitable y va dejando huellas en cada uno de nosotros. Por ejemplo, el recuerdo de aquel maestro que nos enseñó a leer en aquella escuelita en que nos ganamos un estímulo cuando leímos de corrido y aprendimos a escribir, con letra inquieta, ls primeras palabras de nuestra vida.
Es imposible revivir lo que pasó atrás pero es posible no dejarlo nunca atrás pues para retener el pasado muchas veces sólo hace falta gratitud, saber agradecerle a la vida, a lo simple, a lo que nos permite dibujar trocitos de felicidad. Los viejos compañeros de liceo están todos aquí, estudiando, bromeando y cantando como siempre. Hasta se escuchan sus voces si nos lo proponemos, hasta sonreímos cuando pensamos en sus y nuestras picardías infanto-juveniles. El columpio de la vieja todavía, a pesar de tantos años recorridos, nos permite mecernos en el pensamiento, cerrar los ojos y descubrir cuáles eran nuestras pequeñas alegrías de esos tiempos. La primera bicicleta, usada pero nuestra, el primer trompo y el primer volantín todavía juegan divirtiéndonos como antes. Sólo hace falta cerrar los ojos para traerlos de vuelta.
Todavía no amanece y nos servimos el primer café junto a un fantástico cigarro. Volvemos al presente luego de tantas añoranzas y evocaciones. Volvemos al hoy doloroso y cruel, más doloroso y cruel que nunca. Ya no somos los mismos, nunca lo seremos, pero mantenemos intactos nuestros valores y sueños y, por eso mismo es que el presente duele tanto. Definitivamente, parece que la madrugada no es la mejor hora para escribir.