Hermanos en Jesucristo:
El 18 de agosto celebramos a San Alberto Hurtado, nuestro querido santo chileno que tanto bien hizo y sigue haciendo con el testimonio de su vida cristiana y sacerdotal, con sus obras que aún perduran, la abundancia de sus escritos que descubren su alma y motivaciones más profundas de su actuar, y con su intercesión por nosotros ante Cristo.
Para San Alberto, Cristo fue la razón última de su vivir y de su generosa entrega a los demás. Aunque es verdad que conocer las obras ayuda a conocer a su autor, mucho más se comprenden las obras en toda su dimensión cuando se logra penetrar en la interioridad de la persona, en este caso, de alguien de tanta riqueza espiritual como él.
Lo que más hay que destacar en San Alberto es su unión vital a Cristo, quién se convirtió en el centro de su vida, abarcando todas las dimensiones de su ser, pensar, hablar y actuar. Literalmente, se le pueden aplicar las palabras de San Pablo: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20).
San Alberto tiene un entrañable amor a su Patria, Chile, y a sus habitantes, sin excluir a nadie, integrando a todos en sus ansias de amar como Cristo, pero, por lo mismo, dedicándose particularmente por los más pobres y los pecadores. Es impresionante su dedicación a los pobres, sin reservarse nada para sí. Y también impresiona cómo dedicaba tanto tiempo a remediar la miseria del pecado, sentado en un confesionario en la Iglesia de San Ignacio.
El amor apasionado por Cristo llevó a San Alberto al amor por el hermano y también por la Patria, su querido Chile. Por eso le dolía lo que estaba pasando entre los chilenos. En 1941 escribió el libro “¿Es Chile un país católico?”. Aunque se escribió hace casi ochenta años, sigue siendo actual. Este libro muestra su mirada respecto a la causa de los males morales y sociales y que venían afectando a Chile desde hace mucho tiempo y que, por lo visto, son males aún no sanados, sino agravados.
San Alberto advierte que el problema de Chile es esencialmente religioso: «Durante varios años la preocupación del panorama religioso chileno ha estado presente en nuestro espíritu y siempre nos ha llamado la atención este doble aspecto del problema: por un lado la bondad innata de nuestro pueblo, su hondo sentimiento religioso, sus virtudes típicamente cristianas, y por otro, su falta de formación sobrenatural y su alejamiento creciente de las prácticas fundamentales de la vida cristiana». Su apostolado social estuvo orientado por esta consigna: conquistar Chile para Cristo.