Hermanos en Jesucristo:
Este domingo se inicia el Nuevo Año de la Iglesia con el tiempo de Adviento. Éste se caracteriza por la esperanza en una doble dimensión: la espera del Señor que vendrá glorioso al final de los tiempos en la Parusía y su venida en la humildad del pesebre en Navidad.
Adviento debe ser un tiempo de esperanza y de preparación, caracterizado por la alegría y la austeridad de vida. Las circunstancias que nos están afectando en Chile en muchos producen sentimientos de inquietud, angustia y falsas expectativas antes aparentes soluciones de los grandes problemas.
El Catecismo de la Iglesia Católica advierte el peligro de equivocarnos respecto en quién se pone la esperanza: “Antes del advenimiento de Cristo… (Se) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad” (675), fruto de la acción del anticristo.
Adviento es una llamada a la conversión, entre otras cosas, en lo que se refiere a la misma esperanza. Es decir, que esperemos del Señor lo que sólo Él puede dar. Del mundo podemos esperar lo que está a su alcance: desarrollo económico, avance tecnológico, salud para todos, mejores pensiones, etc. Pero es una falsa y vana esperanza pretender que algún poder de este mundo, el que sea, pueda darle al hombre y a la sociedad la salvación y la vida eterna, como si fuese posible ser hombres perfectos y crear un paraíso social sin la redención de Cristo.
La “impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo – mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en carne” (CEC 675).
Adviento es el tiempo de gracia para convertirnos también en lo que se refiere a la esperanza. La virtud teologal de la esperanza es un don dado por Dios para que estemos ciertos del cumplimiento de las promesas del Señor.
El Señor nos anima a vivir de la esperanza cristiana. En las actuales circunstancias de grave crisis social, de incertidumbre frente al futuro y de inseguridad y de violencia, nos dice hoy también a nosotros: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza porque se acerca la liberación de ustedes” (Lc21,28).
De algún modo, la esperanza cristiana hace presente en el hoy y en el aquí de la Iglesia y de cada fiel las promesas de vida eterna, cuya realización será plena en el Cielo. La presencia de Cristo en su Iglesia por la acción del Espíritu Santo anticipa en la historia el gozo del Cielo aún en medio de las dificultades en este mundo.
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