Las conversaciones con personas bastante mayores que nosotros suelen ser muy provechosas por lo entretenidas, por los sabios conceptos, por la concepción de la vida que manifiestan y por otra serie de razones que no pueden desconocerse.
Uno de ellos, proveniente de un pueblito muy sureño, nos decía hace algunos días que “a los 20 años yo tenía realmente aquellos 20, luego al cumplir los 40 parece que tenía 50. Al pasar la barrera de los 60 realmente me sentía de 80 y ahora, que cumplí 89, parece ser que sólo tengo 20”. ¿Se dan cuenta los cambios que vamos experimentando los seres humanos?
Don Flavio, ese es el nombre de nuestro queridísimo amigo, continuó ahondando y/o filosofando, por lo que tras tomarse un respiro y absorber su mate amargo, aseguró que “cuando niño deseaba tener 21 años, ser mayor, abusar de mi libertad, ser y hacer lo que quisiera. Cuando los cumplí comprendí que el asunto no era tan simple, que debía responder a ciertas normas de conducta ineludibles y ya, a esa edad, comencé a atemorizarme con los 50 y a mirar como viejos a los que los tenían”. Añadió que “sin embargo, al alcanzar el medio siglo me percaté que era más joven que los lolitos de 21, que tenía experiencia suficiente como para enfrentar la vida con mejores armas y me alegré de aquello. Ahora, a mis 89, reconociendo que no soy un niño, me siento libre de verdad, con alas enormes para hacer y decir lo que me plazca. Recién ahora soy realmente un pájaro con espacio suficiente para volar”. Interesante, ¿no les parece?
Don Flavio acarició su bastón por unos segundos y meditó por otros tantos para lanzarnos el epílogo de sus conceptos. Lea bien, por favor. “Para llegar a los 20 me demoré 20 años. Para alcanzar los 50 caminé una eternidad. Cuando decidí subir y seguir pedaleando, hasta los 60, me demoré sólo 5 años y para llegar hasta donde estoy, afirmado en mi bastón en medio de casi los 90, sólo me he tardado un par de añitos nada más. Así de rápido se siente el paso por la vida”.
Sabiduría pura, experiencia, arrugas venerables que no se tallaron en vano en su rostro salpicado, a estas alturas, de miradas positivas y felices. ¿Y el bastón tan lindo, don Flavio? ¿Dónde lo compró? “Nada de eso, no lo he comprado”, aseguró, agregando que “me lo dejó un amigo que falleció a los 101 años y que reía como un chico de 10”.