Hermanos en Jesucristo:
Jesucristo es “la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Después de estar en la tierra treinta y tres años y de haber muerto y resucitado, Jesús sube al Cielo, sentándose a la diestra del Padre.
En efecto, Cristo desaparece de la vista de sus discípulos, pero nos asegura que Él permanecerá siempre con nosotros: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Esa permanencia del Señor se realiza en la Iglesia, muy particularmente a través del anuncio del Evangelio y la celebración de los Sacramentos. Sobre todo Cristo se quedó con nosotros en la Eucaristía. Es por eso que San Pablo, ante la falta de fe de algunos respecto a la presencia del Señor en el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre, pregunta: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10,16).
Cristo nos aseguró que después de su Ascensión se produciría una permanente comunión entre Él y nosotros, los creyentes. Jesús quiere que estemos siempre unidos a Él, porque “el que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí ustedes no pueden hacer nada” (Jn 15,5).
La permanencia de Jesús en su Iglesia es a través de “el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él lo enseñará todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn 14,26).
Los frutos de nuestra comunión con Cristo y la acción del Espíritu Santo son, entre otros, la fe, la esperanza y la caridad, la conversión, la santidad y la vida eterna. Un fruto verificador de la auténtica permanencia de Jesús con nosotros y de nuestra comunión con Él es el apostolado, es decir, la misión. Las últimas palabras del Señor en la tierra es el mandato: “Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
Salir a evangelizar y proclamar a Jesucristo es posible porque el Señor nos prometió su permanencia en la Iglesia y el envío del Espíritu Santo. Esto último es lo que se realiza en Pentecostés. Así entonces acontece que los Apóstoles “salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16,20).
El Domingo que viene celebraremos la Ascensión del Señor a los Cielos. El tiempo en que estamos viviendo ahora es el de la misión. Podemos caer en la tentación de pensar que hoy es imposible anunciar a Jesucristo. Pero no es así: el Señor está con nosotros y el Espíritu Santo sigue suscitando en la Iglesia y en cada bautizado el ardor misionero.