Hermanos en Jesucristo:
Después de la Ascensión del Señor a los Cielos es enviado la Promesa del Padre, según las palabras de Cristo: “Miren, voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre. Por su parte permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24,49).
Esta Promesa es el Espíritu Santo, quien es Dios como el Padre y el Hijo. Es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios uno y único.
La Iglesia “nace” en Pentecostés, después de haber sido engendrada eternamente en el corazón del Padre y después de haber sido gestada durante la vida terrena de Jesús, dejando a la Iglesia a punto de nacer en el dolor del misterio de su Cruz y en la gloria de su Resurrección.
La Iglesia nacida en Pentecostés es un misterio que solo se puede comprender a la luz de Dios Uno y Trino, es decir, a la luz del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Sólo de Ellos procede la verdad y el amor de la Iglesia, su unidad y santidad, su fortaleza e inmortalidad.
La vida de la Iglesia es aquella que el Padre entrega al Hijo y que se infunde a raudales en los fieles por la efusión del Espíritu Santo. Como dice Jesús: “De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn 7,38-39).
De esta sobreabundancia de gracia divina vive la Iglesia. Y por el Espíritu Santo, que es la misma Unción de Dios, todos los cristianos por el Bautismo constituyen a la Iglesia como el Pueblo mesiánico. La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios surgido de la Nueva Alianza establecida en la Sangre de Cristo.
El Espíritu Santo es quien concede luz y fuerza para realizar el mandato de Cristo: “Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
“La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Se llama apostolado a toda la actividad de la Iglesia que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra”.
La fuerza de aquellos que nada pueden frente al poder totalitario de este mundo, es la verdad y el amor infundimos por el Espíritu Santo en sus corazones. La Iglesia es el único Pueblo mesiánico capaz de hacer presente los bienes mesiánicos del Reino de Cristo en este mundo. Esto es así, “porque Cristo es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad” (Ef 2,14). Y ese Pueblo uno, nuevo y mesiánico es la Iglesia.
La clave de la eficacia de la misión de los cristianos, es decir, los ungidos, es la fidelidad a Cristo, a las mociones Espíritu Santo y a la enseñanza de la Iglesia. María, la Madre de la Iglesia, en esto es un gran modelo e intercesora.