Hermanos en Jesucristo:
El viernes 11 de junio celebraremos al Sagrado Corazón de Jesús. Esta fiesta renueva nuestra fe en el amor del Señor por la humanidad pecadora, siempre necesitada de redención. Muchos son los males que dañan al hombre y lo hacen sufrir. El peor de esos males es el pecado, porque nos separa del amor de Dios, nos divide interiormente, pone enemistad con los demás, es fuente de desintegración social, lleva a la muerte y a la eterna condenación.
A grandes males, grandes remedios. El amor del Corazón de Cristo es el remedio de todos nuestros males, porque va a la raíz de todos ellos: el pecado. En efecto, “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
Hoy nos afligen grandes males y, por lo que se ve, vendrán otros mayores: estamos a las puertas de la legalización del mal llamado “matrimonio” igualitario, de la eutanasia, vendrá con toda seguridad la adopción homoparental, el aborto libre, una cada vez mayor restricción de la libertad de educación y así un largo etcétera.
Ante estos graves problemas, podemos decir con el salmo: “¿De dónde vendrá mi auxilio? El auxilio me viene del Señor” (121,1-2). Los cristianos miramos el pecado y sus terribles consecuencias con esperanza, porque efectivamente nuestra salvación de todos los males nos viene del Señor. Todo tiene solución porque ha venido a nosotros el Remedio de todos los males: Jesucristo.
Nosotros “hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). El Corazón de Jesús es la expresión sensible del “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). En el amor de Cristo está nuestra salvación.
Hoy lo que necesita el mundo (tan marcado por el odio, la violencia, la soledad y enfermedades psíquicas) es conocer el amor del Corazón de Jesús, dejarse amar por Él y, amándole con todo el corazón, experimentar la alegría de la salvación y la sanación de las heridas causadas por el pecado.
El amor del Corazón de Cristo sana, ordena y perfecciona el amor del corazón del hombre. Los corazones completamente llenos del amor del Señor se convierten en la levadura que renovará el corazón enfermo de la sociedad, convirtiéndola en civilización del amor, en cultura de vida, en Reino de Cristo.
Hemos de estar absolutamente seguros de la eficacia personal, familiar y social del amor del Corazón de Jesús, pues “la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5).
En la Capilla de Adoración Perpetua del obispado, el Corazón Eucarístico de Cristo nos espera a todos para decirnos en la oración cuánto nos ama.