Santiago con ocho millones de personas y el resto de los cuatro mil trescientos kilómetros de Arica a Magallanes con la otra mitad de los habitantes. Un gran desajuste humano y ecológico gigantesco. Salimos de Villarrica hoy, lloviendo en esta mañana de viernes como colegiales en su primer día de vacaciones. Estábamos acuartelados desde hacía casi dos años. Lago Calafquén, luego el Panguipulli y ahora el Ranco, en menos de cuatro horas salimos de la casi única zona en cuarentena del país. Ahora escribo este MARTES DE COMENTARIO, desde una localidad cercana a San Pablo, pueblo vecino a Río Bueno. Todo campo, muy poca agricultura y mucha ganadería. Miles y miles de vacunos, bien alimentados con reservas de pasto natural y en grandes reservorios de plástico blanco que seguramente, preserva estos vegetales con algo de fermentación, pero en relativa buena calidad nutritiva. Observamos que la densidad poblacional, en el campo profundo, alejado de las ciudades y de las grandes carreteras es muy muy baja. Una casa patronal por aquí y algunas otras casitas de trabajadores del campo por otros lados. La impresión más fuerte es la soledad, la hermosura del paisaje y casi nula explotación de la tierra de manera agrícola. ¿No es rentable la producción de trigo, remolacha, avena, maíz y tantos otros vegetales de consumo diario? Quizás todos estos productos son importados de otros países por razones de precios.
A propósito de esto mismo, es decir de las grandes concentraciones humanas en el planeta, que al contrario de lo que sucede en casi todo Chile, que en tres o cuatro ciudades está concentrada más del 80% del total de la población del país y el 20% restante vive en pequeños pueblos y grandes extensiones de campos con muy escuálida explotación agrícola y más vacunos que personas.
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