Buen tiempo había transcurrido sin que asomara una sombra de desacuerdo entre la República de Chile y la República Argentina. Al menos públicamente no habían emergido disonancias. Pero, nada es permanente en la vida.
Esto no quiere decir que mientras tanto hayan sido cabalmente atendidos asuntos como el de campos de hielo sur. Este fue uno de dos puntos que se excluyeron de acuerdos de otros veinte temas zanjados durante las administraciones de los presidentes Aylwin y Menem, respectivamente. Quedó materia pendiente.
En el compás de espera las afinidades políticas de épocas anteriores entre concertacionistas y kirchneristas en los países, pueden haber influido. Pero ahora, la situación es distinta. Mientras al oeste de Los Andes gobierna Alberto Fernández, heredero de Néstor Kirchner y de Cristina F. de Kirchner, en Chile, lo hace Sebastián Piñera, que al menos en el papel figura como opositor a la ex Concertación.
Lo real es que el viernes Chile publicó en el Diario Oficial decretos en los que se fijan los límites en los mares australes en el sector llamado “medialuna” próximo a la isla Diego Ramírez. Esta decisión chilena causó inmediata reacción argentina.
Su Canciller Felipe Solá, expresó que Chile tiene una “vocación expansiva” que Argentina rechaza. Tanto el gobierno chileno, dirigentes políticos y el Senado, han apoyado la posición chilena al respecto e invitan a un diálogo constructivo a los vecinos.
Así están las cosas agrosso modo. Las realidades políticas, económicas y sociales de los países. Ambos atraviesan por periodos muy complicados, aparte de la pandemia. Los vecinos con crisis económica prolongada, cese de pagos de su deuda externa y desasosiego social. Por el lado chileno, serios escollos económicos, además de un complejo proceso constituyente.
Pero se supone que deberán imponerse el buen criterio, la racionalidad y la tradicional amistad de los dos pueblos.
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