¿Quién puede desconocer que en los últimos dieciséis meses el proceso educacional en Chile y en el mundo ha sido y es extremadamente irregular? La pandemia por coronavirus es seguramente el principal factor de anomalía.
Pero no es el único. La opinión pública autónoma, desprovista de ideologismos políticos y de coyunturas electoralistas, se ha podido formar criterios ante este delicado problema. Lo que sucede en otros países, permite establecer también algunos parámetros comparativos.
Todos los países están siendo afectados por la pandemia y han debido enfrentar el dilema de cuándo normalizar gradualmente las clases. Los niños y adolescentes resienten con mayor intensidad el confinamiento y como contrapartida su inasistencia a escuelas y liceos.
En aquellos países, en que los contagios han ido disminuyendo en términos parecidos a Chile, hace ya buen tiempo que los menores regresaron a las aulas. En el caso nacional, esa vuelta ha enfrentado serios escollos. Uno de ellos es la porfiada oposición de las directivas nacional y regionales del Colegio de Profesores, ya que no de todos los docentes del país.
Ahora, en vista que la pertinacia argumental para no volver al trabajo no se compadece con la realidad sanitaria del país, el magisterio ha anunciado un paro total para mañana miércoles 13. Será por el veto del gobierno a un proyecto que en un capítulo se opone a la separación de algunos docentes después de tres evaluaciones negativas alternadas de su desempeño.
El costo educacional de la falta de clases presenciales por la pandemia, es incalculable en la formación académica de los escolares. Si se agrega la renuencia del profesorado a la normalización, y ahora otro paro de actividades, el daño generacional podrá tener negativas consecuencias, por el momento imposibles de medir en toda su magnitud.
F r a s e
“Quien abre la puerta de una escuela, cierra una prisión” (Víctor Hugo)