La noche del lunes tuvo lugar el último debate presidencial esta vez de la Asociación Nacional de Televisión (ANATEL). Este confronte televisado no mostró grandes variaciones respecto a otros como el de la Asociación de Radiodifusores de Chile (ARCHI), días antes.
Los candidatos se enfrascaron a ratos en ácidas refriegas verbales que para electores indecisos poco contribuyeron a hacer claridad en algunos temas específicos no resueltos. Pudieron conocerse pocos pronunciamientos nuevos de los candidatos en un formato de preguntas que tampoco es el más apropiado.
Es cierto que los abanderados no facilitaron la tarea debido a los cambios que introdujeron en los planes y programas de sus eventuales gobiernos. No obstante, el papel de los periodistas en debates ha tendido a asemejarse a inquisiciones de persecutores penales que tienen el objetivo de conocer la verdad judicial en determinada causa.
Si bien el periodismo tiene entre sus fines cuestionar al poder, se da el caso que en un debate político entre candidatos ninguno de ellos ostenta ese poder todavía. Más bien ante preguntas concisas y claras debe ser el público el que pueda obtener conclusiones de los dichos de los contrincantes.
La moda vigente en el periodismo televisivo con interrogantes excesivamente recargadas de contra preguntas y argumentaciones termina por confundir al público y a veces a los mismos participantes. Para muchos este debate no agregó ni quitó razones y emociones a la decisión que la mayoría del electorado ya tiene para este domingo 19.
Ahora sólo queda esperar, en una suerte de vigilia cívica, para abordar la trascendente elección presidencial de este domingo.
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Frase
“La vocación de un político es hacer de cada solución un problema” (Woody Allen)