Es común escuchar, ver o leer que la sociedad chilena vive un periodo de acentuada polarización. La circunstancia política por la que atraviesa el país desde por lo menos el año 2019, ha agudizado diferencias que algunos creen que no se disiparán tampoco el 4 de septiembre.
Esas diferencias no sólo asoman entre quienes sustentan posiciones radicalmente contrarias, entre gente que no se conoce y que se expresa por redes sociales. También se detecta lamentablemente entre amistades e incluso entre familiares.
Las posiciones se han radicalizado entre dos opciones invadidas por la pasión y también por un fanatismo asentado en la emoción más que en la razón. Es cierto que es trascendente lo que se debe dirimir en la conciencia de cada elector. Una constitución no se escoge cada día ni siquiera cada cuatro años.
Una Carta Fundamental que proporcione normas de convivencia armónica y respetada por todos, se concibe para varias décadas. De ahí su importancia. Pero, si el debate público y privado se desarrollara con claros aportes de racionalidad, tolerancia y serenidad, es posible que la atmósfera política pudiera ser mucho más positiva.
Si los lazos afectivos entre familiares, amistades y en el trabajo, son sólidos, sinceros y cordiales o por lo menos respetuosos, las posiciones y puntos de vista políticos, no deberían interponerse entre las personas.
La vida sigue su marcha y necesita de unidad y entendimiento en el proyecto de compartir una misma geografía bajo un mismo cielo y un mismo mar. Lo esencial es saber escuchar para comprender las motivaciones de los demás. Para eso, la reflexión es de gran ayuda.
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F r a s e
“En la vida algunas veces se gana, otras veces se aprende”
(John Maxwell)