Hermanos en Jesucristo:
La propuesta constitucional tiene que ser analizada según su contenido. Más allá de los artículos en particular, muchos de los que pueden ser más o menos aceptables, uno de los grandes defectos inaceptables de la propuesta de Constitución es lo que señalaba San Juan Pablo II en el ámbito político y estatal:
“El derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte —aunque sea mayoritaria— de la población. Es el resultado nefasto de un relativismo que predomina incontrovertible: el « derecho » deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la «casa común» donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos” (Encíclica Evangelium vitæ 20).
El totalitarismo consiste en que al Estado -como si fuese un falso dios, un ídolo- se le supone creador de la realidad y de los derechos personales. Es totalitarismo arrogarse la capacidad de decidir qué es la persona, qué es el matrimonio, qué es la familia, qué es la educación, etc. Nada hay anterior ni superior al Estado. La persona humana queda absolutamente supeditada al Estado y a quien detente el poder. Él lo decide todo y por todos.
Un Estado totalitario se atribuye todos los derechos, de modo que él los da y él los quita arbitrariamente. Por ejemplo, el Estado decide quién tiene derecho a vivir y quién no. Así en el proyecto constitucional se establece el aborto de un niño o que no son los padres sino el Estado quienes deciden qué tipo de educación reciben sus hijos.