En estos tiempos se escuchan abundantes promesas de un próximo mundo mejor, de medios materiales para que todos disfruten de la felicidad, del ocio y de una vida sana. Serían derechos garantizados, gratuitos y permanentes que, naturalmente toda la gente quisiera ver cumplidos.
Está bien, la gente tiene también derecho a soñar en que todas sus aspiraciones se cumplan algún día. Es parte de la vida. Pero uno de los problemas que aparecen es cómo se financiarían todas esas cosas o quién pagaría la cuenta, que no sería poca.
También se podría decir más concretamente que las personas desean vivir y trabajar tranquilos, con ingresos estables y suficientes, con sus necesidades y aspiraciones bien atendidas.
La cuestión es si para lograr esas metas es bueno que un ente manejado por políticos, el Estado, se ocupe de todas estas necesidades o si se prefiere salir adelante con esfuerzo e iniciativa propia, con superación personal, creatividad, esfuerzo y sacrificio. En realidad, suena mejor, más cómodo que el Estado se encargue de todo, por la ley del mínimo esfuerzo.
Pero, el Estado no es una entidad superior que invente los recursos para velar por toda la población, al menos hasta ahora. El Estado está conformado por un grupo de personas con debilidades como cualquiera, políticos que además de atender sus propias necesidades y ambiciones, deben extraer recursos de algunos para entregárselos a los demás.
Se sabe que el Estado no crea ingresos o riqueza, sólo se encarga de administrar algunas empresas por lo general con malos resultados. Ejemplos hay muchos en la historia. Más recientemente, Transantiago, Televisión Nacional, Enami, Codelco, Enap. Los recursos para mantenerlas provienen de los impuestos que pagan todos los ciudadanos.
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F r a s e
“Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio”
(Aristóteles)