El tiempo todo lo cambia, las costumbres, los usos, el lenguaje. Se dice que la sociedad humana evoluciona aunque no se pueda asegurar que siempre lo haga. A veces las cosas involucionan y eso se puede observar en algunos aspectos específicos de la actividad humana.
En épocas no muy lejanas, en el lenguaje oficial de las clases gobernantes y en la administración del Estado, era una moda la realización de reuniones, después de seminarios, posteriormente de simposios. Todo giraba en torno a estos actos con participación de personas destacadas o no del quehacer institucional, académico, administrativo, político, científico, etc.
Muy próximas están las comisiones y, actualmente, predominan los consejos aunque marchan a la cabeza los multiusos y famosos talleres. Últimamente también han aparecido intentos de introducir las llamadas juntas como imitación traducida de los estadounidenses. Pero, todavía esta palabra no ha podido cantar victoria.
El caso del concepto de talleres es muy curioso y evidente. Aparentemente no hay actividad que se precie de importante y dinámica que no gire en torno a este vocablo reservado antes para esforzados practicantes de artes, oficios y artesanías.
Las ciencias sociales se prestan para incubar o, al menos, actualizar algunos nuevos términos. Es el caso del verbo instalar que, siendo muy conocido, se ha vuelto un comodín para quienes pronuncian discursos o tienen tareas de redacción, comodín sin el cual nada pudiera funcionar aunque cobrara mayor vigencia en fallidos procesos políticos.
Sería deseable y motivador que se use también el verbo innovar en el lenguaje cotidiano oficial o formal de los chilenos.
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F r a s e
“Los límites del lenguaje son los límites del pensamiento”
(Ludwig Wittgenstein)