Se celebró recién el Día Internacional del Adulto Mayor. Según proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la población de mayores de 60 años, llega hoy a poco más de 2 millones 300 mil personas. Se estima que para el año 2050, más de 6 millones de habitantes serán mayores.
El evidente aumento de la esperanza de vida, se origina en avances de la ciencia, la tecnología y economía, que se traduce en mejoramiento de la calidad de vida de muchas familias. Para expertos en demografía, este hecho produce también un acelerado envejecimiento de la población acicateado por una visión cómoda y hedonista de vastos sectores jóvenes que descartan formar familia para dar preferencia a sus mascotas.
Lógicamente es muy positivo que la esperanza de vida esté aumentando. Pero, lo realmente importante es que lo hagan teniendo satisfechas sus necesidades básicas, en las mejores condiciones de salud, dignidad y respeto.
Esa aspiración debería ser resultado de políticas públicas inteligentes, pero no lo es debido en gran medida a las bajas pensiones que, en algunos casos, se pueden calificar de miserables y, por cierto, a las falencias permanentes de los servicios públicos de salud.
La clase política permanece enfrascada en discusiones improductivas sobre el tema, utilizándolo muchas veces con fines populistas y electorales. Los mayores no pueden seguir esperando y su situación debe ser la primera prioridad ahora y no como un ideal futuro.
En estas comunas, como en otras, sobreviven penosamente mayores en soledad, sin asistencia, como no sea la de algunas personas de buen corazón, y sin redes formales de apoyo. Es urgente contar con un catastro de modo de focalizar allí la atención de programas y recursos municipales.
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F r a s e
“Una bella ancianidad es, comúnmente, la recompensa de una bella vida” (Pitágoras de Samos)