Cuando entré a su dormitorio, mi mamá estaba profundamente dormida. Me senté a su lado y la miré. La quería tanto. Le tomé la mano y abrió inmediatamente sus ojos celestes y me dijo: Mi hijo…
Le conté que estábamos de acuerdo en ir al centro a comprar zapatos nuevos y así reemplazar sus antiguas zapatillas de casa que eran sus regalonas.
Me di cuenta que no se recordaba de nuestro compromiso. Había olvidado los rostros, las relaciones con las personas, y con los objetos, con el lenguaje y con el espacio. Vivía en el pasado en su infancia y con su mamá pianista.
La invité a levantarse y a que saliéramos juntos. Le comenté que el sol estaba muy amarillo y hermoso y que esas nubes blancas que le gustaban a ella la estaban esperando. ¿En serio? Me preguntó. En serio le juré.
Saltó de la cama con la agilidad adolescente de sus setenta abriles enamorados. Se vistió rauda, muy elegante, le dio un beso a mi papá que dormitaba en la cama del lado, se caló sus zapatillas viejas y partimos.
En la tienda ella muy segura y entretenida le pedía y le pedía zapatos al empleado y éste cumplía gustoso con su labor, convencido que vendería un buen par. Ella a ratos me miraba contenta y yo le guiñaba un cómplice ojo.
Me comunicó que se quería ir a casa caminando con sus nuevos zapatos. Nos despedimos del joven y agradecimos sus servicios. Mi madre, mira largamente al vendedor como quien reconoce a alguien lejano, se acerca y le da un suave beso en la mejilla y le dice: “mucho gusto”.
Salimos de la tienda y tomamos el camino de regreso por la céntrica galería. Yo no había recabado en su compra.
¿Cómo se siente con sus zapatos nuevos? Le pregunté. Muy bien, muy cómoda. Me hacían falta. Me contestó. Distraídamente miré sus pies y no noté nada nuevo. Miré mejor y vi en sus pies sus zapatillas de siempre.
Le apreté la mano y ella me respondió con otro apretoncito. Su mano estaba tibia.
Mamá, le dije, la felicito por su compra. Gracias mi amor, respondió…
MI CORREO: panchana.1942@gmail.com