Si bien es cierto que somos individuos y eso nos hace especiales y únicos dentro de las especies animales, no es menos cierto que también somos entes gregarios, que por muchos milenios, hemos vivido en ambientes tribales en donde fue vital para la sobrevivencia ser solidarios y observantes de las necesidades propias y de la tribu, respetando las normas de la comunidad.
Hoy, nuestras definiciones existenciales son además de superfluas y muy limitadas, a veces terroríficas. Por ejemplo; converso con una persona cercana y me dice: «para mi los valores y principios comienzan y terminan en mi bolsillo. En el mundo lo principal soy yo, y en segundo lugar yo, también mi familia, si va a favor de mis intereses».
Hasta el siglo XVIII, el amor romántico y sentimental estuvo reservado a situaciones excepcionales de algunas parejas muy especiales que lo daban todo por el otro o a adolescentes que se enamoraban del algún aparecido idílico. Esta aventura siempre duraba poco pues primaba el poder de los padres quienes veían en sus hijos e hijas una manera de negociar con otras familias (ojala de mayor status), un matrimonio convenido que aumente el patrimonio familiar, el poder económico y político. El amor sentimental y romántico, como se inventó y se puso se modas siglos más tarde no interesaba como política familiar.
El sentido del amor o enamoramiento, sentimental y pasional entre dos seres humanos, que se inventó, se aceptó y se creyó cierto y verdadero, entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XXI, como un acto o gesto de mágica entrega, de duración siempre temporal, pero que se deseaba eterna, cambio o desapareció. Entonces, se creía en él otro, se requería la presencia permanente del ser amado, con sus conversaciones, sus gracias y sus fomedades y se amaban sus taras y sus virtudes. Con este amor, que era solidario y altruista, se buscaba el bienestar y el placer del otro y el propio. La familia se sustentaba en el amor. Era una real utopía que defendíamos a diente y muela. Aún quedamos representantes de esta agónica escuela.
Ese amor se ha ido esfumando, progresivamente con la vigencia y aplicación de los valores posmodernos, que todo lo relativiza, en donde prima la incerteza y se duda de todo. Así la cosa, el matrimonio como institución permanente con sus obligaciones cívicas, civiles y morales (e incluso religiosas), se ha transformado en una incomodidad y un estorbo por sus complicaciones. Se ha optado por la pareja, que es más cómoda y menos complicada en hacerse y deshacerse. Los jóvenes, no miran en el otro el brillo interior y los valores personales para enamorarse. No. Ellos miran con atención de experto los detalles del “fuselaje”, del cuerpo del otro en miras a satisfacer su deseo sexual temporal y luego satisfecho este, que venga otro u otra. Esto es bastante humano y común a todas las especies animales, no es ni bueno, ni malo, solo que vacuo, muy elemental y primario y conducente a una soledad espantosa.
Otra novedad antropológica que ha saltado a la palestra últimamente y que va en esa misma línea de contribuir a la desaparición de lo que fue el moderno “amor romántico”, es la aceptación por parte de los jóvenes y no tan jóvenes de la soledad como una cuestión con-natural a la especie humana, que es llevadera, cómoda y liberadora. Así, entonces, personas, mujeres y hombres que han vivido en matrimonio o en pareja o simplemente jóvenes que nunca se han emparejado, de pronto deciden vivir solos con ellos mismos, relacionándose con otros de la manera que les acomode y por el tiempo que dure ese “briding”. En lo demás, trabajan y se financian en soledad sin el “estigma” de tener que estar preocupados y respondiendo por otras personas.
Tarea: ¿Qué es el SOLIPSISMO”?
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