En las lujosas residencias de Mónaco y París, donde el champán fluye sin cesar y los caprichos más extravagantes se convierten en órdenes cotidianas, existe un mundo oculto de relaciones laborales que desafía toda lógica. La socióloga francesa Alizée Delpierre ha penetrado en este universo hermético para revelar, en su nuevo libro «Servir a los ricos», las dinámicas de poder que se tejen entre las grandes fortunas y quienes dedican sus vidas a servirles.
Excentricidades que esconden una realidad más sombría
Durante sus investigaciones, Delpierre documentó peticiones que rozan lo surrealista: patrones que exigen fuegos artificiales cada noche para conciliar el sueño, empleadas obligadas a cantar nanas a dúo al amanecer, o la meticulosa colocación de cubiertos con reglas milimétricas. Sin embargo, tras estas anécdotas aparentemente inofensivas, la socióloga descubrió historias que revelan un sistema de dominación mucho más complejo.
El caso de Florent resulta particularmente perturbador: su empleadora lo forzaba a vestirse con ropa femenina mientras trabajaba como jardinero. María-Celesta, por su parte, perdió una pierna debido a la negligencia de sus patrones, quienes ignoraron durante meses su parálisis progresiva. «La violencia no siempre es visible», señala Delpierre, quien entrevistó a cientos de trabajadores domésticos para comprender estas relaciones de poder.
El precio de la sumisión: salarios altos, dignidad comprometida
Contrariamente a lo esperado, muchos empleados de familias ultrarricas perciben salarios considerables, algunos superiores a 4.000 euros mensuales. No obstante, Delpierre advierte que estas cifras esconden una trampa: jornadas laborales interminables, disponibilidad absoluta las 24 horas y, en muchos casos, la obligación de residir en el domicilio de los empleadores.
«Si dividimos ese salario aparentemente generoso entre las horas reales trabajadas, descubrimos que la remuneración es bastante precaria», explica la socióloga. Esta paradoja económica permite a los multimillonarios comprar no solo el tiempo de sus empleados, sino su libertad personal completa.
Reproduciendo las desigualdades sociales en el hogar
El trabajo de Delpierre revela cómo las residencias de los más acaudalados funcionan como microcosmos sociales donde se reproducen y amplifican las desigualdades de género, raza y clase. Las mujeres migrantes ocupan sistemáticamente los puestos peor valorados, mientras que las patronas ejercen un control obsesivo sobre la apariencia física de sus empleadas, prohibiéndoles maquillaje o joyas por temor a que «seduzcan» a sus maridos.
Sorprendentemente, incluso en estos hogares de inmensa riqueza, las mujeres continúan asumiendo la gestión del personal doméstico, perpetuando roles de género tradicionales. Los hombres ultrarricos, señala la investigadora, logran desvincularse completamente de estas responsabilidades, delegando en sus esposas la supervisión y el control del servicio.
Este exhaustivo estudio sociológico no solo desnuda las relaciones de poder en los hogares más exclusivos, sino que plantea interrogantes fundamentales sobre cómo nuestra sociedad valora el trabajo reproductivo y hasta qué punto el dinero puede comprar la sumisión absoluta de otros seres humanos.